domingo, 30 de julio de 2006

Aislado

La isla parecía más cercana de lo que realmente estaba. El plácido viaje en barco hasta su mínimo embarcadero me hizo fijarme en detalles que desconocía, por supuesto. De los mares emerge una estatua de Julio Verne que contribuye a hacer más fantasmagórico el panorama. Ya en tierra firme, asusta pensar en todos aquellos que accedieron a ella con otros propósitos, purgando crímenes que no cometieron o aguardando ejecución de su sentencia. Uno es afortunado, todo ese tiempo ya le es ajeno. Aunque desde la costa apenas vemos un edificio, sorprende ver que dentro de ella pululan varios más, casi una docena. La mano del arquitecto César Portela es hábil, apenas pinceladas en espacios ya creados pretéritamente. Esta isla miente, engaña hábilmente desde el principio, empezando por el hecho de que no es una sola. Son dos unidas por un puente. Poco tiempo para estar en ella, para dedicarle mas tiempo a los espacios que más me llamaron. Estuve en el paredón, y me sorprende haber salido vivo de allí. Nunca había estado en un muro donde se fusilaba. No se puede decir de un sitio así que impacta. A otros si les impactó, pero no el sitio, sino las balas.
Ayer probé por primera vez carne de antílope, en un lugar donde, entre otras lindezas, ofertaban carne de cebra, de impala y no sé cuantas especies más. El chef andaba contrariado porque no le permitían seguir sirviendo carne de cocodrilo, tal como venía haciendo desde hace años. Parece ser que sólo está prohibido en España y Francia. Andaba el buen hombre enzarzado en un amargor del carajo con la noticia. A mí me dejó con la boca abierta (lo del cocodrilo). El antílope, muy bueno. Ya sé que si alguna vez voy de safari a Sudáfrica, el antílope vale la pena.
Por la noche degusté cerveza de abadía en recónditos callejones. Encontré agradable compañía de un amigo al que le entusiasma hablar de lo que nos toque ese día. Anoche pergeñamos un salto a Oporto, pero antes de darlo ya puedo presumir de haber estado un poco allí. Entusiasma hablar con personas que entusiasman con lo que cuentan, que te hablan de ciudades con tanta pasión. El placer de la charla con aquellos que son capaces de emitir frases como quien pinta un cuadro.
Estar aislado no es estar en una isla. O sí. A mí me gustan las islas porque siempre hay continentes hacia los que dirigirse desde ellas.

viernes, 28 de julio de 2006

Elepés en vinilo

Recuperar discos que uno compró en el antiguo formato en su momento y que ahora vuelven a sacar en cd es un placer recuperado. Ayer me hice con London calling de The Clash y con Arthur, de The Kinks. Por diferentes razones fueron discos que me llenaron mucho cuando los hice míos (en casi la completa acepción de la expresión, aún no me dió por la vinilofilia) y volver a escuchar ahora Lost in the supermarket, por poner un ejemplo, me pone los pelos de punta. Que conste que no hago estas afirmaciones con ningún atisbo de nostalgia, no se me ocurre tirarme el folio con el rollete de "que tiempos aquellos", "aquello si era música y no lo de ahora". Para mí, todo está en la misma ubicación temporal, las épocas conviven unas con otras. Me parece igual de terrible que cuando oigo afirmaciones del tipo que desde Quevedo no se ha vuelto a hacer poesía, y gratuidades por el estilo. Cuando escucho a Joe Strummer o a Ray Davies y me siguen estemeciendo, no entiendo que hay que comparar. Todo es acumulable, creo. Todo lo bueno. Bueno, y seguramente, lo no tan bueno.
Que secreto temblor cuando uno entra en una nueva librería y empieza a investigar sus estanterías. Acercarse temblorosamente al mostrador y preguntar por determinados autores. Sorprenderse ante determinados ejemplares, descubrir ediciones que no conocíamos. Al igual que los perros de caza cuando marcan una pieza, a veces temo quedarme en posición rígida al descubrir algún libro.
San Simón aguarda esta tarde. Zarpar desde un minúsculo muelle, en una barquichuela con apenas doce plazas, rumbo a una isla que llega escasamente al medio kilómetro de largo, puede convertirse en el auténtico viaje. Herencia, supongo, de haber leído a Enyd Blyton hasta la saciedad, y pensar que detrás de una isla y un edificio inquietante siempre hay una banda de contrabandistas, o un botín custodiado por un tipo macilento y sombrío.
Un detective en una isla casi abandonada. No me digan que el guión no promete.

miércoles, 26 de julio de 2006

Taxidermista

No tengo un diccionario a mano, pero espero que la palabrita de marras no haga referencia a los que se dedican a cuidar la piel de los taxistas. Cuando viajo, tengo siempre esa gloriosa sensación, convertirme en competencia desleal de los disecadores. Atrapar momentos, percepciones no del todo explicables ni transmitibles, meterlas en frascos llenos de formol para luego disfrutarlas en el sillón de mi salón con chimenea...James, tráigame un whisky, por favor.
En ningún momento eso anula la capacidad de exprimir hasta el extremo lo vivido en estos días. Creo que más bien contribuye a ensalzarlo, a darle ese toque tan detectivesco que intento que impregne todo lo que hago. Leí, o me contaron, no recuerdo, que los enólogos tienen absolutamente prohibido en sus sesiones de cata tomar queso, pues parece que el lácteo alimento hace que se sobrevalore gustativamente el vino degustado a continuación. Precisamente eso es lo que yo hago, comer algún queso sensitivo que me haga subir el nivel perceptivo.
Ando enredado en agradables planes de fuga. Me llama Oporto, desde hace meses se instaló esta ciudad en mi vida, lanzándome contínuamente sus telarañas, como si de un Spiderman se tratase. Juro que no voy a resistirme esta vez, seré un dócil prisionero. Estoy efervesecente al imaginarme allí, ciudad de Eugenio de Andrade y de arquitecturas soñadas. Que curioso sentir el peso y la presencia de otros que la habitaron antes y que tanto les marcó.
Cuando termine aquí, iré a enterarme como hacer para llegar a la Isla de San Simón. Es ésta una pequeña isla (en realidad, dos, unidas por un puente) que se sitúa en la Ría de Redondela, y que ha sido antiguo monasterio, lazareto para enfermos incurables y penal para irreductibles republicanos. Todos los ingredientes para excitar mi mente más aventurera. Y todo, a un paso de donde estoy.
Y mientras, en estos días, quedo fascinado con los relatos de un autor uruguayo para mí recién conocido, Felisberto Hernández. Caprice de deux, les juro. Y, como el lujo es siempre poco, los Poemas & Antipoemas de Nicanor Parra. Compañeros de viaje de primera.
Ví anoche de pasada a Luisa Castro en la tele. Tiene la capacidad de transmitirme una serenidad y una placidez impresionante tan sólo con su mirada. Leerla es contrastar lo visto.
Tiene todo tantísima fuerza en estos días, como lanzarse en bici cuesta abajo con trece años.

sábado, 22 de julio de 2006

Tarde insurgente

Según cuenta Groucho Marx en sus Cartas a Groucho, una vez recibió una carta de los abogados de la Warner Brothers exigiéndole retirara el nombre de Casablanca en una de sus películas, Una noche en Casablanca. La respuesta de Groucho no pudo ser mas inteligente, accedería a retirarlo, pero él a su vez les reclamaba que hicieran desaparecer el "brothers" del nombre de su compañía. A fin de cuentas, el venía utilizándolo con sus hermanos desde mucho antes que ellos, y reclamaba un derecho preferente en su uso por razones de antigüedad. Viene esto a cuento porque he leído hoy en El País la demanda que les ha hecho a Garzón, grupo de pop madrileño, el bufete que defiende los intereses del archiconocido juez Baltasar Garzón. En un alarde de surrealismo, les ha exigido que dejen inmediatamente de utilizar el nombre del susodicho. Dios mío, será muy legal y tendrá toda la base jurídica que quieran, pero a mí me parece altamente sorprendente. ¿Acaso todos los apellidados Rodríguez pueden demandar también a la banda de Calamaro y sus secuaces?¿Acaso los millones de Smiths que andan desperdigados a lo largo y ancho del mundo pueden soñar con llevar a Morrisey a los tribunales?. A mí todo esto me parece más digno de un hapening de estos que se pusieron de moda en los sesenta que de un país medianamente serio. Vaya desde aquí un abrazo a Malela y sus compinches, que además han rizado el rizo cambiando el nombre, pasándose ahora a llamarse Grande-Marlaska. Eso me ha matado de risa.
Me he comprado Vidania, el último cd de La Buena Vida, un grupete donostiarra que nunca entendí la razón por la cual no gozan de un éxito mas apabullante. Melodías cadenciosas que me vienen de maravilla en días como éstos, en los que voy conduciendo por carreteras comarcales y los rayos de sol se filtran a través de los robles. Buscar momentos así, en los que disfrutar de las nimiedades, es convertirse en insurgente. Se me termina quedando el corazón adhesivo, aguardando a que se me pegue algo.
Voy llenando mi mochila con multitud de objetos. No todos son visibles ni para el mas sagaz de los aduaneros.

jueves, 20 de julio de 2006

Misiones en el extranjero

Este detective se halla cumpliendo arriesgadas misiones allende los mares. Afortunadamente, cuenta con bastante tiempo para invertirlo hurgando en librerías, almonedas y tiendas de anticuario y demás lugares inútiles. Indudablemente, anda embarcado en lugares donde acceder a Internet es más complicado que encontrar a un experto en poesía del siglo XIX entre un grupo de Ultrasur.
Busca, se llena, se embriaga en el placer de andar en ciudades extrañas pero acogedoras. El tráfico de emociones es incesante.
Contínuamente sueña con ser un electrodoméstico y convertirse en humidificador. Ese es un gran reto veraniego.

martes, 18 de julio de 2006

Dentro del géiser

Vivir dentro del géiser tiene múltiples ventajas, nunca se te estropea el agua caliente. Eso sí, el aire acondicionado suele dar problemas. Normalmente, los hechos y las ideas surgen así, a borbotones, espontáneamente. Es como vivir dentro de una botella de gaseosa que está dentro del tambor de una lavadora. Lógicamente, aquí sólo se escucha música de la Movida. Es por ello que las ideas surgen así en mi cabeza hoy, como un saltamontes que estuviera brincando en diferentes asuntos, sin ton ni son.
Terminé de leer Falconer, de John Cheever. Sabía yo que algo comprado en una librería un sábado no podía fallar. Abunda en el espacio privado del autor, y a mí me sorprendió el paralelismo con su propia vida. La historia en sí es asfixiante, pero el magnífico epílogo del argentino Rodrigo Fresán contribuye a clarificar algunos puntos. Ahora ando releyendo un libro que siempre me ha resultado harto curioso, Confesiones de un inglés comedor de opio, de Thomas de Quincey. Siempre me ha hecho mucha gracia ese tono tan británico para estas memorias tan alucinógenas.
Recibí excelentes noticas de mi madre y su salud. Eso ha contribuído a aflojar algunas cuerdas que estaban bastante tensas en el mástil de mi barco. Lamento no haber tenido la franqueza de haberme mostrado mas entusiasta, pero eso hubiera significado reconocer mi preocupación previa. Ésta es la única manera que tengo de alegrarme.
Hoy hay que felicitar vivamente a los usuarios del Viagra. Ojalá ese sea el único Alzamiento que debamos volver a celebrar en un día como hoy. Enhorabuena, chicos, y ya sabéis, a pasarlo teta.
Mi cabeza hoy anda dando vueltas, parece una sucursal del Sputnik dando vueltas sin parar. Me cuesta concentrarme, demasiados aspectos me tienen en contínua ebullición.
Hoy no podría donar sangre, creo que no la aceptan con burbujas.

lunes, 17 de julio de 2006

Soy un maquis

Me siento un maquis, soy uno de ellos.
Era de esperar. En estos días de revival de la Guerra Civil, la figura de los maquis por fín empieza a ser reconocida. Lo emblemático de su manera de vivir siempre me resultó atrayente, siempre he pensado que eran de los últimos románticos que habían luchado por algo francamente intangible, algo que se tornaba ferozmente irreal en el momento en que ellos se lanzaban al monte. Tanto su historia, como la de los topos que se enterraban en vida, me resultaron sobrecogedoras. Los topos, como bien explica Manuel Leguineche en su fantástico libro, eran aquellos perdedores del bando republicano que, al finalizar la contienda, quedaban escondidos en sus casas, normalmente tras una falsa pared, o en un escondrijo en un pajar, y así estuvieron décadas. Poco a poco fueron saliendo a la luz, y con ellos toda una historia de renuncias, de desasosiegos como estado de ánimo permanente. El horror en estado puro, más allá de cualquier ideología.
Y yo me encuentro muchas veces sintiéndome un maquis, pero absolutamente desarmado, sin vocación alguna de ataque. Un lamentable maquis al que ya no le queda ni una República que defender, pero que ha hecho del arte de la fuga un modus vivendi. Me siento lanzado al bosque inmenso, sin más conexiones con el resto de mis congéneres que las que me brinda algún comentario fugaz que pillo a contrapelo en un cruce de caminos. Sentirse emboscado también puede ser una elección. Ya saben, si me encuentran en un camino, nada de miedos. Eso sí, les agradecería que, si pasan por el sitio convenido, dejen una botella de vino y algo de comida en el hueco del árbol. Las noches, viviendo en la clandestinidad, se hacen largas.
Les dejo. Oigo pasos. He oído que hay un nuevo destacamento en las inmediaciones.
¿No habrá entre ustedes un soplón, verdad?

domingo, 16 de julio de 2006

La magdalena de Proust

Uno de los pasajes más conocidos de la obra de Marcel Proust En busca del tiempo perdido es aquel en que el protagonista moja una magdalena en una taza de té. El poder evocador de los sentidos exhibe aquí su más alto exponente: se produce en el narrador una avalancha de recuerdos debido a la asociación de ideas con sabores y texturas que le retrotraen a su infancia. Existe también la experiencia del déjà vu, aquella sensación que nos embarga a veces, haciéndonos sentir que lo que estamos viviendo en ese momento ya lo hemos vivido previamente, con la misma intensidad, con la misma fuerza. Son escasos esos momentos, incluso es posible que no todos lo hayan sentido, pero lo que si es cierto es que a los que lo hayan percibido les resultará difícil de olvidar, precisamente por lo que tienen de mágico, de místico, de inaprensible para nuestra mentalidad racional. Se escapan por completo de las reglas de juego habituales, frente a estas situaciones nos sentimos tan inermes como niños frente a un truco de prestidigitación. Lo vemos, lo palpamos, pero somos incapaces de explicarlo. Por esa razón son momentos que a mí me resultan tan especialemente atrayentes, seductores. Mordiscos de irrealidad a nuestro alcance, oiga.
Para mí no son las magdalenas, son los sandwiches. Hay una cafetería especializada en ellos en Las Palmas de G.C. Fueron los primeros en hacerlos, cuando era algo muy extraño para los paladares nacionales. Con la experiencia que dan los años, y supongo que las alabanzas de generaciones de clientes satisfechos, siguen haciendo lo mismo en lo que son expertos. Pues bien, para mí, el simple hecho de verlos, de escuchar sus nombres, de paladearlos, es alistarme en el Ejército de los Placeres. Recuerdo que estaban al lado del colegio al que iban mis hermanas, y asocio esa idea de esperar por ellas, rebuscar monedas en mis bolsillos y acercarme a su mostrador. Esa es una de mis particulares magdalenas. Compartir algo tan sencillo como un sandwich puede convertirse en eucarístico, ya ven ustedes.
Y hay más, recuerdos asociados a olores (ese olor de los lápices de colores Alpino recién afilados), a sabores , a lugares, a multitud de estímulos que no somos capaces de recordar, pero que nos asaltan de repente, dejándonos expuestos a melancolías en mitad de la calle. Son asuntos internos, estrictamente personales, y de los que nosotros mismos somos los únicos depositarios de sus claves. En múltiples ocasiones mueren en silencio, no queremos hacer partícipes a nadie de nuestros más secretos y absurdos pellizcos de felicidad.
Hay palabras que me gustan especialmente, unidas a momentos. California, boulevard. Escribiéndolas tan solo ya las estoy paladeando, como si de un dulce caramelo relleno se tratase, esperando a que estallen dentro de mí.

sábado, 15 de julio de 2006

Pelotón de fusilamiento

Estando un condenado a muerte en espera de la ejecución de la sentencia, el alcaide de la prisión recibe el siguiente telegrama:"Indulto imposible ejecutar sentencia". El reo se pone a temblar, pues sabe algo de gramática, y espera que el jefazo también. Resulta que si lo leemos todo seguido no tiene sentido, hay que poner un punto. Si lo pone el funcionario después del sustantivo indulto, el preso quedará libre (Indulto. Imposible ejecutar sentencia). Por el contrario, si va en medio de la frase, irá derecho al patíbulo (Indulto imposible. Ejecutar sentencia). La moraleja de hoy, queridos niños, es que se entienda lo que es la importancia de un punto, o lo que es lo mismo, un puntazo.
Y es que no hay nada mejor que estar frente al pelotón de fusilamiento y que alguien ordene parar todo el cotarro. Ahí sí que se debe respirar hondo y fuerte.
Hoy para mí se paró ese pelotón. Afortunadamente, se dió la voz de suspender la sentencia, y tuve la ocasión de pasar al otro extremo de la balanza. Hoy supe de Mies Van der Rohe, del subyugante Hotel Tierra y del placer que da regalarlo, de vino de Navarra, de buscar la felicidad bajando escaleras, de recorrer una ciudad y encontrar nuevos escondrijos, de escuchar reír, después de tanto tiempo. Y, por una vez en la vida, pedir que se me pierda el respeto que impongo, que carajo. Al demonio con los convencionalismos sociales, por una vez tiremos barreras absurdas, a falta de poder tirarnos otras cosas.
Hoy es el tercer aniversario de la muerte de Roberto Bolaño. Hoy lo recordé de manera intensa, nada infrarrealista.

viernes, 14 de julio de 2006

Caerse con todo el equipo

Es recurrente en la especie humana, y más concretamente en la subespecie hombres, la tendencia a relatar aquellas anécdotas en las que salen vencedores, capaces de salir a parar trenes con el pecho. Rara vez les oirán contar como metieron la pata, hicieron el ridículo más espantoso, o simplemente se equivocaron. He ahí la acción clave: reconocer que hemos sido nosotros mismos los culpables, los únicos y últimos responsables de lo que hagamos. Ésto entra en auténtica contraposición con el modelo social vigente: lo que se nos incita a hacer es exactamente lo contrario. Exige responsabilidades a los demás, no asumas tu parte de culpa. Una sociedad de auténticos mendrugos irresponsables, sin un mínimo grado de coherencia en cuanto a madurez social se refiere. Después del homo habilis, hemos ido evolucionando hacia el homo inhabilis, inhabilis sociabilis.
Bueno, toda esta perorata con burdas pinceladas antropológicas y sociológicas (no le hagan ustedes más caso a este detective del que se merece), viene a servir de entradilla a esos gloriosos momentos en los que me he visto envuelto en alguna secuencia digna de una peli de Buster Keaton. Siempre he estado convencido de que soy mas hijo de mis fracasos que de mis éxitos. De aquellos he aprendido, por lo menos, a reírme. De los otros, si los ha habido, no sé muy bien cual ha sido su utilidad. Intentaré, en la medida de lo posible, ir dando rienda suelta en este blog a esas meteduras de pata que tanto me hacen reír hoy, que tan mal me lo hicieron pasar en su momento...
Tenía veinticuatro años, era agosto y se abría ante mí un futuro laboral bastante prometedor. Me había planteado hacer un viaje por la península, sin ningún destino definido, pero tomando el tren como método preferente de viaje. Estaba en Madrid y decidí ir a Barcelona, ciudad que aún no conocía. Hete aquí que estaba sentado en uno de esos asientos en los que los del otro lado se sitúan frente a tí, cara a cara. No recuerdo en que estación subieron dos chicas italianas de una edad similar a la mía. Yo iba leyendo y no presté demasiada atención. Pasado un buen rato, con el rabillo del ojo, observé como me miraban con auténtica fruición, sin apenas pestañear. Seguí leyendo, aunque bastante sorprendido, no estaba (ni, por supuesto, estoy) acostumbrado a esas sorpresas. Ya me fue imposible concentrarme en lo que leía, y me dedicaba fugazmente a comprobar que las paisanas de Miguel Ángel seguían absortas en mi persona. Así era. "Que suerte tienes, mamoncete", pensaba internamente. Pisar por primera vez Barcelona, y en tan cinqueccenta compañía me parecía un regalo de los dioses, fueran los que fueran. Me levanté para ir al baño a peinarme un poco y admirar secretamente en el espejo el perfil dionisíaco en el que hasta entonces no había reparado, cuando me dí cuenta de todo. ¡Detrás de mí había una pantalla que proyectaba una película!. La mirada de ambas no iba por mí, sino por los bíceps del musculitos de la pantalla. Pasé de sentir que estaba rodando Sueños de un seductor, a sentirme un actor más de Extraños en un tren ...
Han pasado unos cuantos años y sigo muriéndome de risa cada vez que me acuerdo de aquel día, en primer lugar porque nunca he sido una persona presuntuosa. Por una vez que se me ocurrió imaginarlo, vaya chasco.
Desde entonces, cada vez que viajo en tren, pido siempre un compartimento individual, para no volver a montarme en una nube y hacerme vanas ilusiones.

jueves, 13 de julio de 2006

Náufrago en una hamaca

Día perfecto en la playa. El Faro, vigilante. La nevera portátil, llena de cerveza. El magnético libro de Piglia, con suficientes páginas por delante que me prometían un par de horas de abducción casi extraterrestre. Un sol radiante. Hasta ahí, parte de un guión mil veces vivido y no por ello carente de fuerza. De pronto, la marea empieza a subir. Estoy en una hamaca, tranquilo, conozco medianamente bien las mareas y sé que nunca alcanza hasta donde estoy. Sube y sube, yo casi dormito. De pronto, cuando andaba ya en los brazos de Morfeo, o casi, siento una ola venir hacia mí. Abro los ojos, todo a mi alrededor está lleno de agua, yo estoy completamente empapado. Hay algunos islotes que se ven en lontananza, no, perdón, más bien son una austríacas en top less, celebrando su aportación al crecimiento de la industria plástica. El libro se ha salvado milagrosamente, lo había puesto instantes antes en un bolso que cuelga de la sombrilla. Miro a mi alrededor, por un momento creo que es parte de un sueño, tan irreal resulta. Estoy en una hamaca en medio del mar, pienso. Eres un náufrago en una hamaca, me digo a mi mismo. O tal vez es que quieres sentirte así, y pones a tu alrededor todo en clave de literatura, de invención. Quizá. Ya he descubierto que las cosas no son importantes por lo que son, sino por lo que representan para cada uno de nosotros. Me pareció evocador sentirme como un Robinson a bordo de una simple hamaca playera. Esperaba con avidez ver a que otras orillas desconocidas me arrojaba.
Volver a la realidad me regaló simplemente una estampa de una belleza inenarrable. El sol empezaba a decaer y se reflejaba sobre la arena, mojada y brillante. Los niños jugaban en los charcos.
Hay esfuerzos inútiles, como esterilizar la aguja que instantes después introducirá una dosis letal a un condenado a muerte, pero aún así se sigue haciendo (pregunten en cualquier penal de Texas). Hoy no quería bajarme de aquella hamaca, pisar el suelo de nuevo, y también fue inútil. Atrapar ese momento en estas líneas me ofrece alguna mínima sensación de victoria sobre la realidad.
Y no se vayan todavía, amigos, aún hay más, como diría Porky. Si pueden, dénse una vuelta por la web del grupo Mirafiori (www.myspace.com/mirafioriband). Sacan disco en septiembre, y, mientras tanto, nos invitan a irnos tomando un aperitivo. Estoy seguro de que ponen alguna banda sonora que otra en los sueños de mas de uno, de esos sueños en los que uno no sabe si se tiene sed o simplemente se está en una bañera...

miércoles, 12 de julio de 2006

Mi biblioteca

Pocas cosas han crecido conmigo tan a la par. Pocas cosas hay en las que me vea más reflejado, que crea que son casi más parte de mí que yo mismo. Mi biblioteca, y cuando hablo de ella no es sólo el espacio físico, y no son sólo los libros que la componen, es el notario fiel de quien fuí, de quien soy y de quien tiendo a ser. Una vez vino a visitarme uno de mis tíos, al que no veía desde la adolescencia, y al entrar en mi casa se entretuvo un buen rato escrutando los libros que tenía. "Conocemos a las personas por los libros que leen", me dijo. Es curiosa esa traslación de los valores, los libros pierden la función primitiva que tenían, que era contarnos cosas, para ser ahora ellos, en grupo, quienes cuenten cosas de nosotros a los demás.
Jamás podrá desaparecer el formato papel, o por lo menos en los próximos cien o doscientos años, creo yo, jugando a visionario. El placer que nos proporciona sentirnos acompañados por esos papeles encuadernados y dispuestos generalmente en forma horizontal delante de nuestros ojos, no es fácilmente sustituible por otro. Sin darnos cuenta, forman más parte nuestra y de nuestro olimpo interior más de lo que pensamos. ¿Alguien se puede imaginar la mochila de un niño en el colegio sin libros? No creo en la pervivencia de formatos alternativos tipo libro electrónico y demás. Al libro no se le gana por hacerlo más complicado, más bien todo lo contrario. Para derrotarle, harían falta instrumentos mas sencillos, y eso, creo que después de quinientos años, es imposible. El libro no necesita de luz eléctrica, ni de cables USB, ni de actualizaciones periódicas, y el único virus que le ataca es el de la carcoma.
Mi biblioteca me ha seguido por tantas casas que ya he perdido la cuenta. Silenciosamente, como una mancha de aceite que se va extendiendo con sigilo y sin llamar la atención, va ocupando su sitio y cada vez va pidiendo más y más. Nada hay que me guste más que alimentarla, volver de viaje y traerle exquisitos ejemplares que no desmerezcan en sus estanterías. Nunca se queja, nunca da la gracias, nunca rechaza nada. Ha hecho del caos bibliográfico de su dueño marca de la casa, y creo que, secretamente, se jacta de ello en solitario.
Inevitablemente, pienso en el estremecedor relato de Cortázar, Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj:
"No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj"
Tiemblo al pensar en la posibilidad de que yo sea un simple intermediario, necesario eso sí, para que esta biblioteca creciera. Tal vez, cuando ella considere que ya tiene bastante, me eche de su lado.
¿A que suena a posibilidad mas verosímil de lo que nos gustaría admitir, entrañables y aterrados hermanos bibliófilos?

martes, 11 de julio de 2006

Pasos de cebra

No he hecho todavía ninguna mención a cuánto me gustan las revistas de literatura. Aparte de Eñe, que estación a estación me sorprende con sus relatos, hay un sinfín de ellas, y normalmente suelen venir cargadas de agradables sorpresas. Hoy me he encontrado, en mi escapada matutina a Las Palmas de G. C., con Letras libres. Textos de Juan Villoro, Juan Malpartida, Martín Casariego, Rodrigo Fresán, Vargas Llosa.. La crítica de libros parece, a priori, interesante y rigurosa y, en general, huele a sorprendente el número, tiene una pinta bastante cautivadora. Como me gusta tener lecturas pendientes, supongo que es una especie de enfermedad latente. Por supuesto, también hubo escala en la librería Canaima, y cayó entre mis redes El último lector, de el argentino Ricardo Piglia. Tengo la intuición de que será un libro que me abrirá nuevos caminos, o que me hará caer en trampas gloriosas en las que aún no había caído. Creo sinceramente que el camino literario abierto por los hispanoamericanos es un auténtico y gozoso cruce de caminos. Sumergirse en sus libros suele ser un glorioso chapuzón en plena tarde veraniega.
Mientras caminaba por la ciudad, por mi parte de la ciudad que apenas comparto sino con aquellos que saben ver más allá de las estructuras, calvinistas del Calvino de Las ciudades invisibles, pensaba en cuanta falta hacen los pasos de cebra. O a mí, al menos. Contar con símbolos pintados en el suelo y que me permitan pasar de un lado a otro con un mínimo de seguridad. Traducir creo que significaba etimológicamente algo parecido, pasar de un lado a otro, como cruzar un río en una canoa. Pues eso, algo así.
Poder cambiar de rumbo con tranquilidad, sin sobresaltos.

lunes, 10 de julio de 2006

Que va, que va, que va

Yo leo a Kierkegard.
A ver, que levanten la mano aquellos a los que esta muletilla conseguía partirles de la risa unos años ha. Efectivamente, Garcigómez, se trata de Faemino y Cansado, cuente usted con otro positivo.
Entrocaban con lo mejor que hemos sabido hacer siempre en España, el humor de lo absurdo. Ese reírnos sobre anécdotas que no tienen ni pies ni cabeza, ni falta que les hace, más bien al contrario, cuanto más caóticas, mejor. Las impagables actuaciones del fantástico Gila, donde nos recordaba que cuando él nació su madre no estaba en casa, me hacía intuir que detrás de aquellas absurdeces había un mundo que yo no entendía pero que era espectacular. Al crecer, me dí cuenta de que tampoco nadie más lo entendía, pero que ahí residía la fuerza de su gracia. Y es que había que tener una pasta especial para meter al pensador sueco en medio de un sketch, y además conseguir que al día siguiente se repitiera en no pocos puestos de trabajo. Cuanto echo de menos esas boberías, el pensar que si estabas poseído, lo mejor era llamar al exorcista de la Seguridad Social...Un cierto toque de humor excéntrico e irreverente.
Humor es el que hace falta para tragar, a toro pasado y en clave de comedia, lo que estoy leyendo en el curioso libro de Albert Sánchez Piñol titulado Payasos y Monstruos. Tenía ganas de hincarle el diente a este texto donde se refleja lo que fue el mandato de ciertos dictadores africanos (Idi Amín Dadá, Bokassa y demás engendros) Es francamente desolador ver como determinadas personas son capaces de manejar todo un país, con sus millones de habitantes, y someterlos por medio del terror. En La fiesta del chivo, Vargas Llosa ya narraba con una terrible crudeza lo que había sido la República Dominicana bajo la dominación del sátrapa dictador Trujillo. Recuerdo que cuando leí el libro, lo que más me sorprendió no eran los terribles crímenes ni la vileza con que se habían cometido, sino como todo un país había podido soportar tanta mediocridad, tanta arbitrariedad, tanta concentración de horrores en una sola persona y no levantarse contra ello. En el fondo, creo que late aquella máxima que leí no sé dónde: "todos somos culpables de todo". Asomarse al terror y el vértigo que somos como especie es desolador.
Creo que casi mejor me vuelvo al terreno de la ficción. O a leer a Kierkegard.

domingo, 9 de julio de 2006

Alehop

Hay ocasiones en las que sorprendentemente hay un conejo en el fondo de la chistera, alehop. No sucede con demasiada frecuencia, en primer lugar porque no todos tenemos en nuestro fondo de armario una miserable chistera que llevarnos a la cabeza. En otras ocasiones, simplemente encontramos un hámster dentro de la gorra, pero ni punto de comparación con el conejo, ya saben, alehop.
Son aquellas tonterías que nos ocurren y nos llenan de íntima alegría, fruslerías que sólo cobran significado valioso para nosotros. Suelen ser tan intransferibles como nuestro DNI, y rara vez son comprendidas por los demás. A mí esta mañana me ha ocurrido una: estaba leyendo un libro sobre la historia de mi municipio cuando entre sus líneas me ha saltado a los ojos una cita de Julio Verne, donde se hablaba de un libro que yo no conocía ,Agencia Thompson y Cía, y donde, por lo visto, ocurre una historia que está situada en este lugar en el que vivo. Para mí es una inmensa sorpresa, motivo íntimo de regocijo y alegría secreta (ahora ya no tanto, al escribirlo aquí) Rara vez cedo a la tentación de contarle a alguien nimiedades de tal calibre, no por que tema ser incomprendido (a estas alturas, me resbala tanto ese punto como el resultado de la final del campeonato de béisbol de Tucson, Arizona) sino por lo que tienen de secreto, de excesivamente personal. Pienso que ese tipo de detalles dicen mas de nosotros mismos que un currículum vitae. Conoce a los demás por sus detalles y seguro, seguro, que llegarás mas fácilmente a su esencia. Nos dejamos más de nosotros mismos en estos jirones de nuestros sueños que en lo que a veces queremos proyectar hacia afuera, falsas diapositivas de nosotrösh mismos. A veces hacemos spots para vendernos hábilmente en el mercado, olvidándonos de que ya todos estamos un poco saturados del lenguaje publicitario ad hoc.
EL PAÍS regaló ayer a los lectores que a su vez tuvieron el gesto de regalarle previamente 8.95 € al quiosquero, la maravillosa película El graduado. Aparte de la gloriosa posibilidad de verla en V.O., venía acompañada de un libreto que no tenía desperdicio. Está lleno de anécdotas jugosísimas. La que más me gustó tenía que ver con la elección del actor que iba a representar al personaje principal, Benjamin Braddock. En un principio, el perfil del personaje iba mas en la onda de Robert Redford, pero el director del film, Mike Nichols, no terminaba de verlo del todo. Cuando lo terminó descartando, Nichols le argumentó:"¿Alguna vez te ha ido mal con una chica?". Redford le respondió: "¿qué quieres decir?", a lo que Nichols remató: "eso es justo lo que quiero decir". Huelga decir que, conociendo esta anécdota, la elección de Dustin Hoffman cobra todavía mas relevancia, por lo menos a mis ojos.
Pelis para ver en un cine viejo, como los que ya no existen, y esperar que la vida haga alehop cuando enciendan las luces de la sala.

sábado, 8 de julio de 2006

Vainas por doquier

No sé si recordarán una de las películas que a mí mas me fascinó y, al mismo tiempo mas consiguió aterrorizarme durante un buen puñado de años. Me estoy refiriendo a La invasión de los ladrones de ultracuerpos, versión blanco y negro. Pertenece a ese género que debería denominarse algo así como nos-están-invadiendo-poco-a-poco-y-sois-todos-un-atajo-de-imbéciles-que-no-os-dais-cuenta. Supongo, no tengo los datos a mano y escribo basándome exclusivamente en mi aterrada memoria de adolescente, que se realizó en plena época de la caza de brujas alentada por el senador McCarthy y representaba, de manera más o menos subliminal, el miedo latente en el córtex del estadounidense medio a una invasión comunista. La trama de la peli en cuestión era bastante clásica, se trataba de cómo los extraterrestres se iban infiltrando entre nosotros sin darnos cuenta. Únicamente los buenos se percataban, al darse cuenta de la frialdad y el mal rollo que transpiraban los abuelitos de ET. Como adoptaban nuestro aspecto físico, era muy difícil desenmascararlos, y, para llegar a parecerse a nosotros, no necesitaban matarnos ni nada por el estilo. Simplemente dejaban una vaina gigante a nuestro lado y ésta iba metaforseándose hasta convertirse en un clon del individuo en cuestión. Años mas tarde, fantasee con la posibilidad de que dichas vainas existieran en realidad, hacerme con alguna de ellas y acercarme hasta el Festival de Cine X de Sitges, o mejor, hasta el hotel donde pernoctaban las starlettes de las pelis en cuestión...Sueños adolescentes, ya digo.
Desde entonces, la certeza de que alguien sitúa vainas a mi alrededor, que poco a poco la gente que me rodea va mutando hasta convertirse en auténticos protagonistas de La noche de los muertos vivientes, va tomando consistencia hasta hacerse una realidad indiscutible. Les aseguro que cada vez entiendo menos lo que veo a mi alrededor, cada vez descubro menos sentido a las conversaciones que mantengo, a las conclusiones que saco sobre los procederes de mis semejantes (ojito con la palabra, que no está puesta aquí gratuitamente, semejantes...) Para mí que durante la noche, alguien llega en una nave y se dedica a colocar vainas duplicadoras por todos los alrededores. Muchas veces me asalta la idea de que la persona con la que estoy hablando no será en realidad un mutante, o una prima hermana de la malvada Diana, la de la serie V (cuánto le debemos algunos a esa serie, a esa mala que estaba buenísima) Si no, no me explico el desánimo que hay por todas partes, esa sensación de habernos rendido, de claudicar frente a la mediocridad y de darlo todo por perdido. Esa sensación de vacío, de abulia, de astenia ya no primaveral sino aplicable a todas las estaciones, esta apatía. Hay momentos en los que uno cree ser el único que mantiene la cabeza fría frente a tanto despropósito, y no lo digo con pretenciosidad, sino con la valentía que da el sentirse acojonado si tal premisa fuera cierta. Juraría que poco a poco han ido tomando posiciones, entre nuestros mandamases no les quepa duda que hace tiempo que fueron abducidos, y nos tienen rodeados.
Se buscan voluntarios para organizar la Resistencia.
(¿Queda todavía alguien sin contaminar, verdad?)

viernes, 7 de julio de 2006

Fechas señaladas

No creo que haya ningún español que no supiera terminar la canción del día de hoy, "cinco de mayo, seis de junio, siete de julio...". Es éste uno de esos días irremediablemente asociados a determinados acontecimientos: yo no me imagino un día de San Fermín sin ver en el telediario esa plaza abarrotada, los encierros, el típico guiri con una cogorza de aúpa (¿cuando vuelven a su pueblo realmente contarán que han visto algo, o pensarán que Pamplona es una ciudad borrosa y sus habitantes tienen la extraña peculiaridad de que siempre van acompañados por su gemelo?) y demás habituales de este paisaje. Hay determinadas fechas que están asociadas a acontecimientos singulares, y, al igual que se habla del efecto Kennedy, por el cual cada uno sabía dónde estaba en el momento del magnicidio mas importante del siglo XX, para mi generación existe el efecto 23 F. Todo bicho viviente se apresura a contar que hacía, dónde estaba, que se contó en su casa. Con ello, queremos dejar constancia de que hemos sido parte de la historia, que fuimos conscientes en todo momento de la trascendencia del momento, que por un día nos saltamos la monotonía, la rutina cotidiana, para entrar de lleno en los libros de historia. Para mí, el día que más huella me dejó, fue cuando Chapman asesinó a Lennon. Estaba en séptimo de EGB y me llevé una reprimenda de mi maestra de Lengua porque no le estaba atendiendo. Normal. Sobre su mesa estaba un ejemplar del periódico donde, en grandes titulares, daban cuenta del acontecimiento. Me importaba muy poco en aquel momento el análisis sintáctico arbóreo que estaba corrigiendo en su mesa, yo ya me había ido por las ramas.
Es muy curiosa esa necesidad que tenemos de datar todo lo que nos acontece. Siempre pongo la fecha en los libros que compro, y no es por otra cosa que por el íntimo y secreto placer que me da releer esa primera página, constatar como era aquel adolescente que compró el libro hace, pongamos, veinte años, y que queda de él ahora. Por el contrario, soy un auténtico desastre con los aniversarios y demás. Me cuesta mucho establecer un punto de partida exacto en determinados acontecimientos. "Llevamos saliendo siete meses", decía alguna pareja. ¿Eso que significa exactamente?¿Ese fue el día de la declaración, del sí definitivo, del primer beso, o de cuando decidieron pasar a mayores y quedarse en paños menores? Pienso más en años, incluso en momentos del año. Abril siempre fue un mes delicioso en mi vida, lleno de sorpresas, aunque los septiembres y octubres han sido destacables. Febrero tiene un significado especial en mi vida, y eso que cuenta con un día absolutamente detestable, como es el fantasmagórico día de los enamorados. Y sobre todo, los veranos. Nada mas prometedor, nada tiene tanta fuerza como el verano, aunque fueran tristes, como cuando me quedaban asignaturas para recuperar. El verano siempre fue, para mí, el final del año. Siempre que llega septiembre, siento que inicio otro periodo nuevo.
Leo a Paul Auster cuando aún no era Paul Auster, Jugada de presión. Sobrevuela por ahí un libro de Dino Buzzati, El desierto de los tártaros, y lleva un tiempo intentado hacerse un hueco en mi librería. Desconocía todo de este libro y su autor. Ésa es una buena razón para invitarle.

jueves, 6 de julio de 2006

Sucedáneos

Me moría hoy de risa leyendo a Burroughs echar pestes de la ciudad de Panamá, ya en el año 1953, por lo adulterada que estaba la coca que le pasaban los camellos locales. "No me sorprendería que hasta las putas estuvieran cortadas con gomaespuma", termina subrayando, constantado lo auténticamente falso que le parecía todo lo que había a su alrededor , a él , que iba buscando la pureza de la ayahuasca (lo único puro que le interesaba, presumo)
Sustituímos lo real por su suplente, de tal forma que empezamos a engañarnos tontamente con lo mas cercano. No entiendo la cerveza sin alcohol, me suena mas o menos igual que vino sin alcohol o ginebra sin alcohol. La mayonesa, sin huevo, sino con algo llamado huevina, que vaya usted a saber que rayos contendrá eso. Es curiosa la excusa para esto, como hacerla con huevo puede causar salmonelosis, pues la suprimimos. El siguiente paso será quitar os semáforos, puesto que como hay gente que se los salta en rojo...El sucedáneo ha terminado siendo el rey en todas partes, en breve no tomaremos agua, sino aguina, que es un derivado mucho mas sano.
Es fácil aplicar luego este torpe razonamiento al grueso de la sociedad. Veamos la literatura que se consume mayoritariamente, y ojo que a mí me parece maravilloso que cada uno lea lo que quiere, la pena es que se queden ahí, a las puertas. Las listas de éxitos musicales, la curiosidad gastronómica, la pereza a la hora de exponer argumentos, la lista de tópicos y lugares comunes con que se enfundan para enfrentarse a cualquier mínimo debate. Nos hemos conformado mayoritariamente con los subproductos (que me perdonen los amantes de la serie B) en aras de un cierto grado de democratización llevada a su máximo extremo, que todos tengamos de todo en todo momento. ¿Realmente ha valido la pena?. El símil de la señora que compra falsas marcas de diseño en cualquier mercadillo para luego lucirlas por la calle es bastante elocuente. La calderilla de la opulencia es lo que nos han dejado obtener. Putas cortadas con gomaespuma.
Alguien me enseñó a mirar a los ojos mientras hablábamos por teléfono. Estos aprendizajes no son susceptibles de adulteración. Afortunadamente, no puede hacerse una versión light de tal hazaña.

miércoles, 5 de julio de 2006

Montaña rusa

"Mi vida es una montaña rusa
y en este momento son todo curvas
si nos estrellamos no tengo la culpa
prefiero pensar que es todo una burla"
Como bien cuentan Nosoträsh en esta canción, la sensación de vértigo en la que nos vemos en algunos momentos puede convertirse en algo no demasiado dramático. Creo que fue Chaplin el que aseveró que una historia puede ser un drama si lo contamos en primer plano, y una comedia si la narramos con un plano general. Aquellos aquejados de personalidades ciclotímicas, entre los que creo encontrarme (o no, no estoy seguro. Tal vez sí), oscilan pendularmente entre ambos estados anímicos. De cualquier forma, una terapia interesante suele ser el tomarse uno un poco a risa a sí mismo, y especialmente en los momentos mas delirantes, es una gimnasia mental que suele ofrecer buenos frutos. Todo esto viene a cuento no sé muy bien de qué. Quizá estar leyendo a Burroughs y Ginsberg en Las cartas de la ayahuasca han hecho que empiece a delirar. Sería un curioso efecto de la literatura, que el contenido de un libro me afectara tan directamente, asumiendo parte de su contenido por un efecto casi de ósmosis. Si se demuestra este punto, prometo que el próximo libro a leer serán las Memorias de Casanova...
Me voy a caminar a la playa un rato. Allí está el faro, que permanece de pie desde finales del siglo XIX. Siempre me ha llamado la atención, me han fascinado mas bien, las construcciones antiguas, las casas abandonadas, todas aquellas estructuras que tuvieron una utilidad en el pasado y que hoy son sólo vestigios, recuerdos de mundos pretéritos. El faro termina siendo metáfora de todo lo que ha cambiado a su alrededor, permaneciendo él firme, inmutable frente a los cambios. No entiendo cómo se les ha escapado a los políticos de turno, que extraño parece que no hayan aprovechado la luz que aún emite para organizar parties para descerebrados en su interior... Por muy postalera que pueda ser la imagen, no creo que haya cosas tan hermosas como un atardecer en la playa con el perfil del faro recortado contra el cielo. Y toda esa maravilla, a solo diez minutos de mi casa.
¿Y alguien sabe por qué cuando recibimos fotos de personas con las que compartimos besos, siempre siempre nos parece que están ahora mucho mas radiantes, más guapas?

martes, 4 de julio de 2006

Bon vivant

No concibo la vida si no es aparejada a miles de placeres. Esta visión que defiende que esto es un valle de lágrimas siempre me pareció, cuanto menos, perversa. La búsqueda epicúrea de un sentido para la vida me parece más que loable, aunque realmente, Epicuro podía ser el griego que menos practicara lo que propugnaba (eso de entregarse al placer, sí, pero negarse a él si nos va a producir dolor luego nunca me llegó del todo. Así no hay quien viva, hombre de Dios). A mí me llegó un poco tarde, la verdad, pero si uno leía los catecismos con que intentaron adoctrinar a nuestros padres, aquello era una sarta de amenazas a cual mas cruel. Se suponía que sumergirse en un mundo de goce sería una perdición. Pues vale, pensaba yo, a perderse tocan.
Uno de los mayores goces que conozco tiene que ver con la buena mesa y con el vino. La delicia que supone disfrutar de una buena botella de vino, y contar con la calma y el sosiego necesario para disfrutarla, es digno de dioses. Compartir con alguien este rito tiene algo de eucarístico, y que se me perdone la osadía, pero tengo la impresión de que el uso litúrgico seguramente provendría de ritos paganos, y no al revés. No hablo de hacerse el pedante con crípticas frases de contenido enológico, hablo tan solo de embriagar los sentidos, de dejarnos llevar por el gozo en estado líquido. El acto de oler el vino depositado en nuestra copa bordelesa puede ser una cursilería si se hace con ánimo de epatar,;si se convierte en un acto íntimo, en una forma de satisfacción a la que ningún soldado del Buen Vivir puede abstraerse.
Por supuesto que hay miles de placeres más. Aparte de ese en el que todos pensamos, claro. En el fondo, van todos encaminados al mismo sitio, hacernos sentir mas vivos, mas felices, mas elevados. En muchas ocasiones, uno tiende incluso a compararse con los dioses en el momento en que más consciente de ello. El placer cotidiano de los gestos mas nimios, aquellos en los que ni siquiera reparamos. El bienestar que nos produce el venir de la playa y darnos una ducha, el comprobar que aquello que habíamos previsto se cumple, el recibir excelentes noticias cuando no las esperábamos, el oír a otros hablar maravillas de nosotros a nuestras espaldas...
Andar por la vida sintiéndose como un caballero que anda con bombín y monóculo, aunque vayamos en jeans. Ese es el secreto del bon vivant.

lunes, 3 de julio de 2006

Outside

Hoy hubiera dado un brazo, o el bazo, por haber ido a un concierto de esos pequeñitos, intimistas, que se dan en pequeños locales y donde tocan grupos pequeñitos, que no necesitan de mucha infraestructura. Haberme sentado entre sus sillas, con una cerveza en la mano, y haberme dejado llevar por la sugerente voz de una solista, escuchar música no conocida por mí, pero que hubiera tenido la capacidad de arrastarme a nuevos mundos, a nuevas percepciones. Había un grupo que se llamaba así, Outside, y del que sólo tuve la oportunidad de escuchar una de sus canciones, y hoy me ha perseguido durante todo el día su presencia, su espíritu. Que maravilla esa de la música, cuando llega a trapasarnos con más de lo que cabe en un pentagrama. Intentando aplacar ese recuerdo, escuché el aria de Casta diva, de la ópera Norma, y sirvió para atenazar nostalgias. A propósito, lo escuché en el cd de la banda sonora de una película extraña y envolvente, uno de esos raros ejercicios de acrobacia que se llevan al celuloide de manera sublime. Me refiero a una de las mejores películas que he visto en los últimos años, 2046.
Y sí, padre, he vuelto a pecar. Tres veces. Con reiteración, lo sé. Me acerqué hoy hasta la librería Canaima y me compré tres libros. Lanzarote, de Michel Houllebecq, tengo ganas desde hace tiempo de hincarle el diente a este libro y ver como analiza determinados aspectos que me caen muy cercanos. Tiene pinta de libro menor, no sé por qué, pero normalmente suelen gustarme bastante estas maneras de narrar. El segundo fue una maravilla desconocida para mí, de hecho creo que lo acaban de publicar. Se trata de la correspondencia entre dos grandes escritores de lo que se dió en llamar Generación Beat, William S. Burroughs y Allen Ginsberg. El libro en cuestión se llama Las cartas de la ayahuasca, y promete. Cada vez me gustan mas los libros epistolares. Creo que, aparte del aprendizaje intrínseco de cada uno de ellos, descubrimos aspectos estrictamente narrativos que a mi me parecen muy motivadores. Aprendemos a ver cómo se escribe. Y el último de la trilogía de hoy, El bello verano, de Cesare Pavese. No conozco casi nada de este autor italiano, y hay algo en él que me parece subyugante. Había intentado buscar este libro desde hace tiempo, pues, además, coincide con el título de una canción de uno de mis grupos fetiche, Family, y hasta ahora no lo había visto, con lo cual hoy ha sido una agradable sorpresa verlo en las estanterías.
Me siento como un pirata que llega con el botín a casa. Será cuestión de irlo racionando poco a poco, aunque el cuerpo me pide leerlo todo de golpe.

domingo, 2 de julio de 2006

Aspectos innegociables

Ahora que tan en boga está eso de la negociación (nota al margen: si consideramos que antes de negociar tienen que rendirse, entregar las armas, pedir perdón y todo lo demás que se les ocurra, ¿que hostias van a negociar?) me gustaría explicar que puntos no serían negociables para mí. En este momento, claro. Pasado mañana igual desecho algunos que hoy defiendo a capa y espada, y añado alguno que no se me había pasado por la sesera. Es bien sabido que soy el tipo que menos cree en las verdades absolutas, aunque crea absolutamente en que sean verdad. Intento no ser dogmático (y cuando digo ésto, créanlo a pies juntillas, sin dudarlo). Como último apunte al tema de hoy, reconocer mi vocación por una de las profesiones que siempre me llamó más la atención, la de negociador con secuestradores. Dependiendo del sitio, pero si te manejabas con cierta pericia en el mundo administrativo, nada más fácil para un vago como yo. Negociador con maleantes en la Ciudad del Vaticano, por ejemplo. Bueno, perdón , creo que ese puesto se llamaba Embajador en la Santa Sede...
Es innegociable cualquier aspecto relacionado con mi hija. Éste es el auténtico y verdadero no susceptible de revisión. También lo es mi insaciable curiosidad frente a todo, mi genuina vocación de detective ante la vida. El destinar parte de mi presupuesto, de manera ineludible, a la compra de libros, es tan fundamental como el látex para jóvenes amantes. De la misma forma que una Testigo de Jehová nunca se iría con generoso escote y minifalda ajustada a ejercer el proselitismo, yo creo que nunca abandonaré el ejercicio amateur de la profesión de bocazas. Con los años me cuesta más y más callarme. Así me va. Esa capacidad de tragar se me ha ido minimizando día a día. No voy a dejar de fabular frente a todo, no voy a variar mi percepción de lo necesario que es la Belleza y el Arte para seguir respirando. Defenderé en cualquier tribuna la imperiosa necesidad de terminar de creernos que hay otros mundos dentro de éste, y que depende de nosotros que sepamos activarlos, aunque sólo sea dentro de nosotros mismos. Seguiré sintiéndome eléctrico cada vez que Garzón, La Costa Brava, Nixon, Tachenko sigan demostrándome con creces que divertirse es muy divertido. Nunca, nunca, voy a dejar de vivir con inusitada intensidad tanto amor como he tenido la suerte de palpar, de sentir. Voy a seguir cultivando y abonando recuerdos que irán ya siempre conmigo. Y seguir sintiéndome cercano a aquellos de mi tribu a los que se osa atacar y vejar injustamente (no te rindas, negra, escupe tu rabia)
Tengo la suerte de tener un amigo que me regaló el DVD del último concierto de Nacha Pop. Digo suerte porque no es fácil encontrar amigos en los días que corren, y que tengan la capacidad de acertar tan hábilmente con sus regalos es, por ende, un doble milagro. Uno de mis grupos predilectos, además fue grabado en el año 1988, un año que fue importantísimo en mi vida. Extracto de allí unas frases de una canción del maestro Antonio Vega,Cada uno su razón, que escucho mientras redacto esto.
"Difícil elección, o filosofía o amor,
o lo funcional, o la escuela emocional"
Sobran las palabras.

sábado, 1 de julio de 2006

Lanzadera espacial

Tres, dos, uno, cero. Les escribo a bordo de esta nave espacial que acaba de zarpar con rumbo bastante incierto. Se abre el periodo vacacional, se cierran algunas puertas y, como consecuencia de ello, algunas otras se abren. Secretas estructuras arquitectónicas cuelgan encima de mí y salto para intentar llegar a ellas. Ayer, mientras trasegaba alcohol en una terraza abierta sobre el mar no dejaba de pensar en eso, en como siguen gravitando. Intenté batir impunemente el récord de la resaca más terrible jamás vivida y no pude conseguirlo. Anteriores marcas fueron imposibles de batir. Juro que puse todo mi empeño en esa empresa, pero parece que hay lustros en que hasta tus enemigos se conjuran para hacerte favores.
Un fetichista convicto y confeso como el que esto suscribe recibió ayer un maravilloso regalo de despedida, una preciosa Montblanc negra. Siempre escribo en mi cuaderno Moleskine, con un determinado lápiz, Faber-Castell para mas señas, y con una serie de rituales que, en el fondo, intentan ocultar la inoperancia del transcriptor, pero que contribuyen a hacer mas redondas ciertas tardes. Es curioso el papel tan importante que termino transmitiéndoles a determinados objetos, perdiendo muchas veces su función primigenia para convertirse en auténticos tótems, cargados de significación puramente subjetiva. En ese sentido, el estudio desde donde redacto estas notas termina siendo una especie de santuario, pero sin chamán que lo administre. Bienvenido sea este nuevo regalo y todo lo que lleva en sus alforjas.
Me siento como el buzo que ha descendido a una profundidad considerable y ahora se ve que ha terminado su función y debe volver a la superficie. Es imposible subir de golpe, necesita hacer pequeñas paradas para que no revienten sus pulmones por efecto de la presión. Idéntica percepción aplicable a mí en el día de hoy. Necesito ir poco a poco, parándome a recobrar el aliento. Ciertos libros, el recuerdo de tardes y palabras casi portuguesas, exóticos viajes nunca realizados porque si no perderían su importancia, recetas elaboradas sólo en la cocina de mi mente pero cuyo sabor aún retenemos en nuestros paladares son pistas que me llevan de nuevo a la superficie de lo palpable, de lo francamente real e importante.
Necesito un contable que ordene mis facturas pendientes de pago, y un matón que les haga llegar el recado a mis acreedores de que no pienso pagar. Me voy a Ipanema con los fondos de la empresa y con la esposa noruega del máximo accionista.
A eso le llamaría yo empezar las vacaciones con buen pie.
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