domingo, 16 de julio de 2006

La magdalena de Proust

Uno de los pasajes más conocidos de la obra de Marcel Proust En busca del tiempo perdido es aquel en que el protagonista moja una magdalena en una taza de té. El poder evocador de los sentidos exhibe aquí su más alto exponente: se produce en el narrador una avalancha de recuerdos debido a la asociación de ideas con sabores y texturas que le retrotraen a su infancia. Existe también la experiencia del déjà vu, aquella sensación que nos embarga a veces, haciéndonos sentir que lo que estamos viviendo en ese momento ya lo hemos vivido previamente, con la misma intensidad, con la misma fuerza. Son escasos esos momentos, incluso es posible que no todos lo hayan sentido, pero lo que si es cierto es que a los que lo hayan percibido les resultará difícil de olvidar, precisamente por lo que tienen de mágico, de místico, de inaprensible para nuestra mentalidad racional. Se escapan por completo de las reglas de juego habituales, frente a estas situaciones nos sentimos tan inermes como niños frente a un truco de prestidigitación. Lo vemos, lo palpamos, pero somos incapaces de explicarlo. Por esa razón son momentos que a mí me resultan tan especialemente atrayentes, seductores. Mordiscos de irrealidad a nuestro alcance, oiga.
Para mí no son las magdalenas, son los sandwiches. Hay una cafetería especializada en ellos en Las Palmas de G.C. Fueron los primeros en hacerlos, cuando era algo muy extraño para los paladares nacionales. Con la experiencia que dan los años, y supongo que las alabanzas de generaciones de clientes satisfechos, siguen haciendo lo mismo en lo que son expertos. Pues bien, para mí, el simple hecho de verlos, de escuchar sus nombres, de paladearlos, es alistarme en el Ejército de los Placeres. Recuerdo que estaban al lado del colegio al que iban mis hermanas, y asocio esa idea de esperar por ellas, rebuscar monedas en mis bolsillos y acercarme a su mostrador. Esa es una de mis particulares magdalenas. Compartir algo tan sencillo como un sandwich puede convertirse en eucarístico, ya ven ustedes.
Y hay más, recuerdos asociados a olores (ese olor de los lápices de colores Alpino recién afilados), a sabores , a lugares, a multitud de estímulos que no somos capaces de recordar, pero que nos asaltan de repente, dejándonos expuestos a melancolías en mitad de la calle. Son asuntos internos, estrictamente personales, y de los que nosotros mismos somos los únicos depositarios de sus claves. En múltiples ocasiones mueren en silencio, no queremos hacer partícipes a nadie de nuestros más secretos y absurdos pellizcos de felicidad.
Hay palabras que me gustan especialmente, unidas a momentos. California, boulevard. Escribiéndolas tan solo ya las estoy paladeando, como si de un dulce caramelo relleno se tratase, esperando a que estallen dentro de mí.

5 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Y las gomas de "nata", que olían tan bien que apetecía comérselas...

16 julio, 2006 20:23  
Blogger El detective amaestrado said...

Conozco incluso personas que llegaron a lisiar a una vaca de goma por el olor que tenía...

16 julio, 2006 21:24  
Anonymous Anónimo said...

Eh! k a la vaca le gustaba.

17 julio, 2006 00:35  
Blogger A. said...

Las guarderias huelen a sopa de Auyama, o calabaza en España. Ciertamente el pasaje de la magadalana de Proust, ha dado pie a muchos talleres sobre el lenguaje y la memoria de los sentidos. Como dice Estefania, son capaces de llevarte de viaje.

Un saludo

*;)

18 julio, 2006 22:07  
Anonymous Anónimo said...

La evocacion de recuerdos por el olfato..... Yo carezco de olfato, lo perdía hace ya más de siete años... y lo añoro tanto. Pero si recuerdo todos los olores. Recuerdo el olor de un jabón que me lleva a mi niñez... Recuerdo el perfume de mi esposa que no percibo cuando se acerca a mí. Recuerdo el olor a café recien hecho. Recuerdo el olor a mar que ya no puedo sentir cuaqndo estoy frente a él... Solamente puedo sentir un olor que nadie de mi entorno puede percibir, el olor a NADA. Terribe... pero cierto.

24 diciembre, 2007 15:48  

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