La isla parecía más cercana de lo que realmente estaba. El plácido viaje en barco hasta su mínimo embarcadero me hizo fijarme en detalles que desconocía, por supuesto. De los mares emerge una estatua de Julio Verne que contribuye a hacer más fantasmagórico el panorama. Ya en tierra firme, asusta pensar en todos aquellos que accedieron a ella con otros propósitos, purgando crímenes que no cometieron o aguardando ejecución de su sentencia. Uno es afortunado, todo ese tiempo ya le es ajeno. Aunque desde la costa apenas vemos un edificio, sorprende ver que dentro de ella pululan varios más, casi una docena. La mano del arquitecto César Portela es hábil, apenas pinceladas en espacios ya creados pretéritamente. Esta isla miente, engaña hábilmente desde el principio, empezando por el hecho de que no es una sola. Son dos unidas por un puente. Poco tiempo para estar en ella, para dedicarle mas tiempo a los espacios que más me llamaron. Estuve en el paredón, y me sorprende haber salido vivo de allí. Nunca había estado en un muro donde se fusilaba. No se puede decir de un sitio así que impacta. A otros si les impactó, pero no el sitio, sino las balas.
Ayer probé por primera vez carne de antílope, en un lugar donde, entre otras lindezas, ofertaban carne de cebra, de impala y no sé cuantas especies más. El chef andaba contrariado porque no le permitían seguir sirviendo carne de cocodrilo, tal como venía haciendo desde hace años. Parece ser que sólo está prohibido en España y Francia. Andaba el buen hombre enzarzado en un amargor del carajo con la noticia. A mí me dejó con la boca abierta (lo del cocodrilo). El antílope, muy bueno. Ya sé que si alguna vez voy de safari a Sudáfrica, el antílope vale la pena.
Por la noche degusté cerveza de abadía en recónditos callejones. Encontré agradable compañía de un amigo al que le entusiasma hablar de lo que nos toque ese día. Anoche pergeñamos un salto a Oporto, pero antes de darlo ya puedo presumir de haber estado un poco allí. Entusiasma hablar con personas que entusiasman con lo que cuentan, que te hablan de ciudades con tanta pasión. El placer de la charla con aquellos que son capaces de emitir frases como quien pinta un cuadro.
Estar aislado no es estar en una isla. O sí. A mí me gustan las islas porque siempre hay continentes hacia los que dirigirse desde ellas.
1 Comments:
Umm... Yo viví en una isla, y tuve el típico caso de "claustrofobia íslica", jaja. Pero es peor estar aislado encima de la tierra firme, y rodeado de gente, supongo.
Saludos!
Publicar un comentario
<< Home