miércoles, 29 de noviembre de 2006

Dónde me equivoco

Según uno se adentra en este safari interior, más consciente termina siendo de los tremendos errores que comete cotidianamente. Infinitamente más sangrante es constatar que, aún a sabiendas, seguirá cayendo en los mismos agujeros por siempre.
Por encima de cualquier cosa, voy a seguir intentando buscar el punto G de mi corazón. Unos hablan de mito, otros no dudan de su certeza. Yo voy a seguir tras su huella.
Aunque me encuentre sepultado en arenas movedizas, intentaré seguir encajando todo lo que me ocurre como piezas del Tetris en mi cabeza. Milagros de la ciberemocionalidad.
No quiero seguir tocando en el telefonillo que pusiste en la entrada de tu alma. Vas a terminar confundiéndome con un vendedor a domicilio y, aunque me taso bastante bajo, no me gusta el intrusismo profesional.
No es un error sentirse un chico de provincias en la geografía afectiva de otros. Se equivocan los que tienen el mapa y creen que viven en la capital.
Leer un libro no es bajar a la mina. La mina eres tú. El libro se pone la linterna y baja a buscarte. Tú eres el elegido, ya lo dijo Cortázar.
Quieres parecer simpático. Quieres ser la apología de la hospitalidad. Quieres ser el acomodador en el cine de otros, sin esperar más que la propina que caerá en tus manos, calderilla para pagarte cafés. Olvídate, terrón de tierra. Tienes vocación de muro de anacoreta.
Sobran muchas en la menestra de palabras con la que a veces convidas a almorzar. Te sobran mensajes que incomodan, te sobran aliños innecesarios.
Al intentar estacionarme entre los demás vehículos, siempre termino haciéndome abolladuras. Aparcar no es mi fuerte, ni aparcarme a mí, ni aparcar a otros.
El cadáver en el que decidiste instalarte para ir deambulando por ahí ya se ha momificado. Modifícate. No te mires mas hacia adentro utilizando el Google Earth. Cambia la lente y enfoca hacia afuera.
No deseches la idea de inventar un auténtico programa de tratamiento de textos para tu sistema operativo detectivesco. Enfráscate en esa tarea, crea un auténtico tratamiento para las palabras: jacuzzi, sauna y masajes para tus verbos y adejtivos. Geishas que atiendan particularmente a los sustantivos. Aromaterapia para tus frases.
Y sal fuera de tus fronteras, y para las risas por la calle cuando vengan a por tí. Levanta el dedo como llamando al taxi. Venga, venga, alehop...

lunes, 27 de noviembre de 2006

Encuentros a tumba abierta

El pasado sábado estaba en la librería de Las Palmas que frecuento y volvió a ocurrir lo que ya me ha pasado en más de una ocasión. Volví a cruzarme de frente con Leopoldo María Panero, ya saben, el maldito por antonomasia de la poesía española. Mi relación con este personaje, pues creo que se ha convertido en un icono, es bastante frontal. No me gusta su poesía, no me llega, me parece excesivamente elevada para mi carácter y, con perdón de sus múltiples seguidores, me parece un ladrillo. Cualquiera que se haya cruzado con él en los últimos años, verá que se ha convertido en un despojo, en un hombre con la mirada mas cavernosa que jamás haya visto. Soy incapaz de seguir su línea expresiva, si es que tiene alguna más allá de una erudición sin límites. El sábado, aún así, quise lanzarle un mínimo gesto, encontrar alguna vía de comunicación. Al verle avanzar por el pasillo, me hice con un ejemplar de 2666, la voluminosa novela de Roberto Bolaño donde el propio Panero aparece como personaje. No apartó la mirada del suelo, por donde iba arrastrando los pies y acarreando una maleta de viaje. Me quedé con las ganas de hacer una performance con uno de los personajes, no sólo de 2666, sino también de Los detectives salvajes, mi libro de cabecera de Bolaño. Allí aparecía bajo el seudónimo de Pelayo Barrendoáin. Aunque no soy de los peores, no crean. Hay quien sabe que la dirección del poeta maldito era la calle de los bares sin número...
En el fondo, no se trata más que de lo mismo, no hablar de lo que realmente nos preocupa, de lo que nos va quemando por dentro. Sacar balones desde la banda, practicar el noble deporte del balonfuering. Portarnos como perfectos ambidiestros, ser capaces de actuar indistintamente con una mano u otra. No gorronear mas afectos, comportarnos con una frialdad administrativa que no nos representa pero que nos salvaguarda. Eso sí, por dentro seguir canturreando la escueladecalor.
Leo en estos días un libro del salvadoreño-hondureño Horacio Castellanos Moya, llamado Desmoronamiento. Demasiado fácil para apuntalar mi teoría de las causalidades, pero es que a veces pienso que yo no salgo a buscar los libros, que son ellos los que acuden a mí.
Todo se cae, empieza la época de las lluvias. Será preciso que revise los muros de contención que me rodean. Sigo leyendo a Luis Alberto de Cuenca a borbotones, tragándome su ironía a bocados. Leo sus poemas y pienso si alguien le habrá contado algo de mí a este hombre. En mucho de sus poemas, en lugar de versos hay espejos en los que me miro, asombrado.
Ya hablaré de ésto con Leopoldo la próxima vez que nos veamos.

domingo, 26 de noviembre de 2006

Práctica de exorcismo

Vamos a ir sacando demonios que han crecido dentro de nosotros. No queda lugar ya para la conmiseración, para el abatimiento. Si está nublado, si llueve, yo mismo voy a patrocinarme una salida de sol, un hermoso crepúsculo. Me envío flores y bombones, me invito a cenar (el guacamole, volví a comprobarlo, sigue siendo mejor el que yo mismo hago). Voy a mirarme a mí mismo a los ojos. Es absurdo seguir pensando que todo, absolutamente todo obedece a una razón, que todo puede encerrarse dentro de una ecuación. Determinados procederes no tienen explicación, ocurren y ya está. Dentro de mí bulle un yo compulsivo, que tiende a milimetrarlo absolutamente todo. Necesito mandarlo de vacaciones una temporada. Es abolutamente imprescindible simplemente actuar, no pensar demasiado.
Hechos significativos de ayer. Compré en mi librería de Las Palmas La escafandra, de José Carlos Llop. Voy a ver si en lugar de leerlo me lo aplico, y me pongo una ya mismo. Por otra parte, anoche volví a escuchar música en directo, y sirvió como un perfecto narcótico. La fuerza de los instrumentos musicales, de una banda tocando en vivo me fascinó de nuevo. Me sentí hipnotizado, en la música se encuentra una de las últimas razones de la felicidad. Hay algo de religioso en todo ello, algo de comunión con los que comparten la sala en ese momento contigo. Determinadas canciones actuaban como auténticos mantras en mi interior, y por momentos sentí que algunas palabras que salían de la boca del cantante eran consignas para mí.
Así que le haré caso, me voy a la escueladecalor. Hace falta valor.

jueves, 23 de noviembre de 2006

Lloviendo dentro del hangar

En ocasiones, hasta nuestro álter ego nos pide el finiquito.
Se instaura el toque de queda dentro de tí. Alguien ha dado un golpe de estado y tú, a cuadros.
Oyes el sonido de las ambulancias y piensas si esta vez vendrán a por tí, de una vez por todas.
Buscas dentro del gigantesco hangar la avioneta para salir volando y resulta que el único lugar del planeta donde ha llovido es allí. Afuera todo va bien, hay sol radiante.
Suena "¿Por qué te vas?" de Jeanette, y tú recuerdas como llorabas cuando la oías de pequeño. Aún en estos días sigue haciendo daño. ¿Cómo podía traspasarte tanto, cuando aún no entendías ni la mitad?.
Huida hacia adelante. Los libros como medicina. Refugiarse entre páginas como si fueran sábanas, como tiendas de campaña desplegadas en medio de un desierto, ofreciendo su sombra.
Juan Bonilla me llamó con su poemario Buzón vacío desde la estantería. Tomar el libro en mis manos, hojearlo, y palabras que saltan directamente hasta dentro. Primera adquisición.
Luis Alberto de Cuenca y su antología Su nombre era el de todas las mujeres. Hacía tiempo que le tenía ganas a este tipo, y esta vez parece que no se me escapa. Versos afilados, con capacidad de convocatoria emotiva. Una edición preciosa de la editorial sevillana Renacimiento.
El último, Tara, de Elena Medel. No es la primera vez que la poeta cordobesa aparece en este blog. Por fin, el inmenso placer de tenerlo entre mis manos. Al margen de cualquier consideración sobre la intensidad de este libro de poesía (no solo yo, me remito a las reseñas de los diarios nacionales, sin ir más lejos), este libro tiene algo muy especial, muy personal para mí, algo que trasciende a su estricto valor literario. En este libro hay un regalo que me ha llegado muy hondo, que ha alegrado mi tarde, y creo que más. Hay una dedicatoria a este detective en la última página del libro, algo que me ha estremecido, que me ha llenado de una inmensa felicidad.
Gracias, no sé decírtelo de otra manera, Elena.

martes, 21 de noviembre de 2006

Aplicando electrodos al estado de ánimo

Un día quise empezar a escribir mi autobiografía, tuve que dejarlo al percibir que lo que me salía era una fe de erratas.
Eran días convulsos, me sentía tan inútil que dedicaba todo mi tiempo libre a tareas si no escabrosas, si francamente decepcionantes, vacuas, sin sentido alguno. Me enfrasqué en volver a reescribir la guía de teléfonos de mi provincia, pero en endecasílabos. Pasaba por el parque y, cuando escuchaba a los niños jugando a los barquitos en voz alta, siempre volvía mi cabeza al escucharles decir en voz alta "tocado", "hundido". Todo se torció definitivamente cuando una noche la miré fijamente a los ojos, y en lugar de sus pupilas rutilantes, me encontré escrito en ellos "Game over". La alta tensión que generaban los electrodos que tenía colocados por todas partes terminaron con el mínimo de equilibrio que tenía, un funambulista en precario como yo.
Anticipándome al seísmo que se me venía encima, intenté vestirme con un chaleco antibalas encima de una armadura del Siglo XV que pululaba por mi casa, herencia de un antepasado muy poco flexible. Acorazado de piel para afuera, pero hacia dentro algo estaba en estado de franca decadencia. Siempre lamenté no haber sido un tipo cauto y precavido, y al igual que algunos hoy en día en sus contabilidades, haber tenido un corazón A y un corazón B, un corazón en blanco y otro en negro, uno para justificarme ante la Hacienda Pública y otro para mis perversiones privadas.
Descifrando códigos numéricos, casi cabalísticos, sospecho que se esconden vetas de nuevos caminos. Detrás de cada número habilmente codificado hay un destino diferente. Arriesgándonos encontramos pasillos en los que adentrarnos.
Siempre hay algo o alguien capaz de provocar un cortocircuito y liberar la tensión que producen los electrodos. Atrévete a ser mi toma de tierra.

domingo, 19 de noviembre de 2006

Maniobras de guerra

Hay quien se plantea sus relaciones personales en general, y las afectivas en particular, como un permanente movimiento de tropas. Todo es reducible a una cuestión de estrategia militar. Tú haces, yo hago, tu despliegas un destacamento en esta frontera, yo establezco un campamento al lado contrario. Las maniobras envolventes que conocen son las que aparecen en los tratados bélicos de Napoleón, y no las que procederían en instantes de intimidad. Conquistar adquiere un matiz histórico, al que en ocasiones solo falta un notario que dé fe de haber hecho suyo el territorio. Las maniobras nocturnas tienen un significado claramente diferenciado a lo que procedería en los encuentros amatorios. No hay lugar para las maniobras orquestales en la oscuridad.
No concibo convertirme en un partisano para mantener posiciones ventajosas en el corazón de nadie. Solo admito capturar rehenes si tú y yo llegamos a la lucha cuerpo a cuerpo. Prometo rendirme a la primera, descuida. Confía en mi buen hacer, aunque me veas todavía empuñando el fusil. Estoy acostumbrado a estar armado cuando estás cerca. No vine a hacerte daño.
No quiero enterrar el hacha de guera, no quiero firmar armisticios. No envíes emisarios con mensajes de buena voluntad. No llames a consulta a tus embajadores. No facultes a ministros plenipotenciarios para que acudan a sofocar los conflictos. Sólo nosotros sabemos cuales son las vías diplomáticas para solventar los desencuentros. En estos tiempos de multiculturalidad en los que tan bien hemos aprendido a manejarnos, resultaría extraño que no fuésemos capaces de entendernos.
Cambiemos el búnker por un soleado apartamento, la única trinchera en la que quiero verme está en tu territorio. Vete preparándolo todo, funda una ONG para este futuro refugiado que seré.
Quiero ser el desertor que abandonó a su ejército para pasarse al otro lado, que eres tú, porque nunca fuiste el enemigo.

viernes, 17 de noviembre de 2006

Hablando de mi primera novia

Aún sé que te debo una cocacola. Aquel día, en aquella excursión, te invité a que me acompañaras a los bajos de la guagua (autobús, para vosotros) y me acojonaba el que me preguntaras por el dichoso elemento, que por supuesto no tenía en mi mochila. No sé de que hablamos, sé que conté tres, dos, uno y te besé por primera vez. Sentí que te estaba envolviendo en una bolsa de papel celofán, y que te agradaba tanto como a mí que me adosara tanto a tí para hacerlo. Han pasado más de dieciocho años de aquel encuentro y todos los años recuerdo el día exacto del mes exacto. Casi me avergúenza reconocer que sí, que el PIN de mi tarjeta sigue siendo esa fecha. Paseamos luego por la villa mariana que ahora recorre Fernando Alonso del brazo de su novia y te sugerí, entre bromas y veras, que no me importaría nada quedar al día siguiente. Vaya impostor de dieciocho años, ardía en ganas de hacerlo.
La magia existe. Ese findesemana estaba solo en casa, mis padres se habían ido. No lo digo porque planeara algo, éramos tan absolutamente pardillos que eso no entraba en los parámetros de nuestro eje cartesiano. Aún no. Me permitió llegar a casa, escuchar música, no hablar con nadie, y sentarme a ver la tele. Aún recuerdas la peli, Truhanes. De ahí en adelante, cada vez que ves a Paco Rabal no puedes dejar de asociar la idea. Apenas entreviste la peli, pero se quedó ahí, en el rincón del perro de Pavlov.
Al día siguiente, quedaste en la esquina de los Multicines Galaxy's a las ocho. Era sábado y llegaste antes. Ella, como sucedería tantas veces después de eso, se retrasó. Tú ya pensabas que no venía. Cuando cruzó el paso de peatones con aquella minifalda, ya no sabías donde mirar. Ibas a espetarle sobre su retraso, fingir un cabreo ficticio, cuando ella volvió a estamparte un beso en tus labios.
Caíste fulminado. Frente a una previa respuesta así, pocos argumentos caben. Compraste las entradas para ver Días de radio, de Woody Allen y todo empezó a caminar.
Luego todo creció mucho. Eso es parte de otra historia.
Hoy sólo quería hablar de aquel findesemana, y de como una mujer aprendió a desarbolarme. Y de como aún lo recuerdo tan nítidamente. Todavía, si cierro lo ojos, la veo cruzar aquella avenida de Mesa y López. Ahí ganó la partida que se jugó en años venideros en el casino de mi alma.

miércoles, 15 de noviembre de 2006

Gastronomía delirante

Me gusta la comida japonesa, estoy acostumbrado a tenerlo crudo.
Las verduras al vapor me saben etéreas, parece que se cocinan flotando en aire. Verduras de aerostato, pienso siempre.
A la hora de aderezarte, necesito una brizna de páprika.
Una de mis especialidades es hacer masa, un tipo con tan poco peso específico como yo.
No me gusta el laurel, siempre me quedo dormido cuando me lo ponen, sobre todo si hay más de uno.
Los revueltos nunca han sido santo de mi devoción. No esperen ningún chiste con ésto.
He leído varios tratados de cocina caníbal. Fue justo después de conocerte. No dejes de vigilar el vaso de vino cuando comamos juntos. Sospecha ante una somnolencia repentina.
Odio la miel. Prefiero las hojuelas.
Mi programa culinario favorito es una determinada secuencia de El cartero siempre llama dos veces , versión Jessica Lange. Eso sí que es cocina de autor.
Beber un gazpacho fresquito de los míos un día de agosto en la playa no es beber, es comulgar.
De entre las frutas, la mejor es la prohibida. Pregunto en las fruterías y me tachan de provocador.
Pocos placeres son comparables a comer un pato entre amigos. Mucho cuidado con romperlo, es de elaboración delicada.
El pan caliente no huele, perfuma.
Mi madre siempre me decía que comía con los ojos. Tu deberías confirmárselo. Y recordarle que le hice caso cuando me obligaba a comérmelo todo. Nunca dejo sobras.

lunes, 13 de noviembre de 2006

La realidad como artefacto

Aún recuerdo aquel consejo, espetado a bocajarro por el juez: "No vuelva a leerle un poema si no es en presencia de su abogado. Le recuerdo que cada verso que esgrima podrá ser utilizado en su contra".
En ocasiones nos damos de frente con la realidad, justo cuando mejor parece que nos iba en nuestro mundo a medida. Conviene en ese punto relativizar las percepciones, pues tendemos a asociar la idea del mundo que nos rodea como una simple proyección de nuestro estado de ánimo, y no es así. Los atardeceres no son bellos porque nos guste admirarlos. Son así.
Uno de los deportes que mas me gusta practicar es el submarinismo de interior. Entrar dentro de mí, a pulmón libre, sin botellas de oxígeno. A veces me zambullo y me doy cuenta que estoy en un acuario, mínimo pero artificialmente acogedor. Otras, en cambio, estoy en una piscina, algo mas a mis anchas pero sin vida que observar. Cuando más a gusto estoy es cuando me tiro y descubro el océano, y buceando veo peces, cadenas de coral. También restos de buques hundidos y, en ocasiones, detritus y restos no tan agradables. No por eso voy a dejar de practicar la inmersión en mis aguas.
Me he visto buscando palabras que se dirigían a mí, no en el diccionario, sino en un tratado de balística; clasificándolas no por la cantidad de sílabas que llevan o el acento sino por el calibre al que pertenecían.
Alguna vez he visto a alguien desnudarse delante, y he notado, con mal disimulada sorpresa, que su ropa interior era de púas de espino, y que le servía de alambrada.
La realidad está puesta ahí para que a veces nos la topemos de bruces . Es una canalla con la que hay que aprender a convivir, no es aconsejable modificar nuestro modus operandi para tratar de acoplarnos a ella. Aceptemos las curvas de la carretera como parte del camino, el zigzag nos hace estar mas atentos. Casi casi como las curvas en las que no nos importa detenernos en el arcén para mejor disfrutar de su sinuosidad.
Eres el necesario artefacto de la realidad. No eres el semáforo que marca colores que inducen a accciones. Eres el motor que lo anima. El motor grande.

domingo, 12 de noviembre de 2006

Me gusta/no me gusta

Me gusta esconderme entre las sábanas los fines de semana.
No me gustan los días de viento. Si fuera gestor de un parque eólico, estaría apesadumbrado las jornadas en que todo marchara bien. Vaya desastre de responsable.
Me gusta haber encontrado Bella del señor, de Albert Cohen. Dar con un libro largamente esperado es como escuchar tu número tras una espera de horas en los laberintos de la burocracia.
No me gusta que a los toros lleves la minifalda, ya sabes.
Me gusta oírte hablar en otra lengua, como hacías cuando eras pequeña.
No me gusta ser una mala noticia en el periódico que escribes todos los días.
Me gusta alinear palabras en mi cabeza y conseguir armar un collar con ellas. A veces lo saco del taller y lo exhibo.
No me gusta acabar de leer un poema que me gusta. Suelo empezar y no parar, esperar a que alguien me llame para tener una excusa exterior a mí que justifique el abandono.
Me gusta hablar y que a veces no me entiendas, pero sigas mirando.
No me gusta asistir al estreno de películas mediocres rodadas en las inmediaciones de mi vida.
Me gusta cuando encuentro granos de arena entre las hojas de alguno de mis libros, recuerdo de días de playa.
No me gusta cuando callas, porque estás como ausente, y yo te prefiero bien presente. Presentando armas. Presentando el mayor espectáculo del mundo. Presentándote mis respetos y las ganas de perdértelos, a solas.
Me gusta conducir y hablar en voz alta cuando voy solo. Me hace mucha gracia cuando me pongo cínico y termino discutiendo conmigo mismo. Lo mejor de todo es cuando me toca reconciliarme, suelo invitarme a cenar en sitios caros.
No me gusta que no haya ninguna excepción en el Código Penal sobre la manera de quitarnos de enmedio a algunos indeseables. Deberían repasarse los artículos referidos a los atenuantes.
Me gustan mucho mas en ocasiones los comentarios que el blog en sí. Me abren puertas que desembocan en alegrías.
No me gusta jugar partidos de fútbol en campo contrario. De hecho, aborrezco que haya un campo que sea contrario. Ojo, no un equipo.
Me gustas.

jueves, 9 de noviembre de 2006

Becoming a papafrita

Diga lo que diga el Tesoro lexicográfico del español de Canarias. editado por la RAE, un papafrita es, para nosotros, un Don nadie, un memo, un botarate.
Esta película que imagino ahora , Becoming a papafrita, con ese título tan a lo Sofía Coppola, puede escenificar perfectamente la sensación que me abate en ocasiones. Ese sentirme que estoy haciendo el tonto, que estoy creyéndome las cosas más allá de lo que debería hacerlo. La absurda sensación de estar fuera de cuadro. Algo así como lo que debe sentir el trapecista que se lanza al vacío, después de haber ensayado la maniobra cientos de veces, y descubre que las manos que debían estar ahí para cogerlo no están.
Es estar en la cubierta del barco y de pronto escuchar "¡Hombre al agua!" y empezar a sentirte húmedo. ¿Que demonios haces allí? ¿Resbalaste?¿Te empujaron?. Da igual, tú estás abajo y otros arriba. Ellos no lo entienden, pero no importa. Tú tampoco y eres tú el que está hundiéndose. No importan las razones. Importan las realidades. A un experto en poesía china del Siglo XII le sirve su erudición de muy poco segundos antes de que le corten la cabeza en una ejecución pública.
En estas ocasiones, las palabras no suelen servir de mucho, parece que en lugar de venir en nuestra ayuda, de actuar como eficaces chalecos salvavidas, están cargadas de plomo. Yunques atados a nuestras piernas en el puente de San Francisco, mientras un mafioso intenta realizar eficazmente su parte del trabajo.
Daría hoy la mitad de mi reino, que no es ninguno, por esperar sentado en el vestíbulo de un hotel al lado del mar. Volver a ver tus ojos tintineando de alegría. Esperar a que me arrancaras del casting de Becoming a papafrita porque no, definitivamente no me ves en el papel protagonista. Ni siquiera como secundario de lujo.

martes, 7 de noviembre de 2006

El tipo que está detrás de la máscara

O sea, yo.
Soy un ateo que reza todas las noches.
He recibido propuestas para localizar los exteriores del rodaje de un remake de "El increíble hombre menguante" en mi interior. Oscilo permanentemente entre lunas, ciclotímico casi profesional.
Tengo varios masters en desengaños. En algunos fuí un hábil ponente, en otros, un disciplinado alumno.
Mi libro de cabecera es "Instrucciones para desanimarme". Sueño con aprendérmelo de memoria y actuar a la contraria. Lamentablemente, suelo desechar la idea con prontitud.
Tengo una agencia de viajes en mi cabeza. Rara vez coinciden el viaje que inventé con el que sucedió en realidad. Las tarjetas de embarque que emito no siempre llegan a utilizarse.
Recibí una carta de Jorge Guillén cuando tenía once años. Ventiséis años después, sigue siendo el salvoconducto de mis sueños. Creo que todo el río de palabras que me acompaña surgió de ese manantial..."Querido amigo, allá en su ínsula...". Aún recito de memoria su contenido, como un salmo.
La capacidad de disfrutar con nimiedades que a otros se les escapa es infinita. La de sufrir con aspectos similares, también. Soy excesivo en los afectos y los odios, aunque nunca he odiado a quien me vinculé afectivamente.
Planto palabras en otros porque son las únicas armas que conozco. Solamente con ellas llego al conocimiento, al amor y al descubrimiento.
Soñaba hoy con una piscina llena de champagne rosa. Me zambullí en ella mientras otros hablaban (y yo soy uno de esos otros) porque necesitaba pensar en otras realidades. Soñaba con anillos mientras hablaba de premios.
En ocasiones, me quito la máscara. Entonces es cuando mas me asusto, salen palabras de mi interior que yo no sabía que estaban ahí, pero que dicen cosas que me describen ferozmente. En esas ocasiones, no sé aún si me gusta escucharme, si realmente quiero ver el rostro que ya me he acostumbrado a ver bajo una máscara.

domingo, 5 de noviembre de 2006

Modificación del Reglamento

(Este es, aproximadamente, el post que no debería haber desaparecido)
Próximamamente se ha de celebrar una reunión de la Junta de Vecinos del edificio que albergo en mi interior. Como sé que quienes ocupan mis viviendas son personas muy peculiares, leeré estas humildes propuestas esperando tender lazos entre las distintas sensibilidades, intentando que impregne un espíritu de concordia y que nos veamos favorecidos todos; ellos, como habitantes, yo, como edificio.
La búsqueda de la belleza será el objetivo principal de nuestra convivencia. Emulando al mayordomo de Juan Ramón Jiménez, que todas las tardes entraba en la biblioteca donde él estaba y, con voz queda, le anunciaba, "Señor, el crepúsculo", el conserje de nuestro edificio dedicará preferentemente su tiempo a plantar azucenas en los descansillos (en los de las escaleras, no en los de su trabajo, claro), a colocar en una planilla las salidas y las puestas de sol, a sustituir los grafitis por versos de autores de reconocido prestigio y a elevar el espíritu de los allí congregados, silbando por lo menos melodías de Mahler. Asimismo, se verá en la obligación de piropear a cualquier señorita que habite entre nosotros y que no haya recibido ningún requiebro en las últimas venticuatro horas.
Los alrededores del edificio albergarán jardines en semipenumbra, con bancos espaciosos y mullidos. Se ha de plantar arbustos afectuosamente aprovechables, y la luz que sea imprescindible debe ser muy muy tenue. Por si acaso, al lado de cada farola, un tirachinas. El cuarto de aperos se intentará en lo posible que sea útil para todo menos para su función primigenia.
El estado de ánimo de cada uno de los ocupantes del lugar será facilmente reconocible. Se instalarán pantallas digitales al lado de los timbres donde se reflejen los biorritmos de cada uno de los que allí moren. Si están achuchados, nada de visitas. Si están achuchándose, menos. Todos los propietarios tendrán derecho a disfrutar, en el caso que así lo soliciten, ayuda profesional con cargo a las cuentas de la Comunidad, ya sea ésta la de un psicólogo, un chamán, un asesor fiscal o Miss Costa Brava 99.
Cada vez que sea el cumpleaños de los habitantes, sonará en el ascensor y en el vestíbulo el Happy Birthday entonado por Marilyn , aquel tan famoso que entonó en estado de intoxicación etílica en el aniversario de JFK. Este punto podrá ser obviado en caso de resaca del interesado, pues parece ser que es la peor canción que se puede escuchar en tal calamitoso estado, según la Asociación Europea de Resacosos "Venga, la última".
Al margen de las consabidas instalaciones comunes para los conductos del agua, luz y aire acondicionado, se instalará una tubería por donde se pueda servir champagne francés a la temperatura que marcan los cánones. El conserje pasará a una hora establecida a repartir tablas de ahumados, bombones belgas y otras delicatessen.
Espero, por el bien de todos, que estas propuestas lleguen a buen fin. Ésto si que sería auténtico Feng shui a lo detectivesco. El problema al que me enfrento es el elevado número de personas que compraron en su momento pero que no tenían intención de habitarla, sino de especular. Vivir con gente que tiene ese grado de compromiso tan bajo con su entorno me descorazona.

Aquí iba otro post

Pues sí. Aquí iba un post que escribí ayer y que estuvo un par de horas colgado para poder ser leído. Misteriosamente no aparece desde anoche. No está.
Y a mí se me ha quedado cara de que me han robado la cartera. Podría volver a rehacerlo, pero no sería igual.
Es una nimiedad, lo sé, pero yo me siento como si me hubieran robado algo...Ojalá aparezca y pueda borrar este post.
Hay que ver que tonterías son capaces de apagar un día lleno de sol.

jueves, 2 de noviembre de 2006

Beaujolais nouveau

En fechas próximas, cuando noviembre va tocando a su fín, se produce la fiesta de Beaujolais nouveau. De forma bastante temprana, se empieza a consumir parte de la cosecha de vino que genera esta región vinícola francesa. Socialmente se convierte en un hecho de gran trascendencia: la ceremonia marca unos tempos muy precisos y, como marca la ortodoxia de cualquier rito pagano, y éste lo es sin lugar a dudas, tiene unos signos exteriores que son de estricta observancia. Al margen de otros, los restaurantes, tiendas de vinos y demás comercios del ramo cuelgan un vistoso cartel que reza "¡Ha llegado el Beaujolais nouveau!". Es el pistoletazo de salida, todos se lanzan en masa (o más bien en líquido, correspondería decir) a él. Una fiesta de los sentidos, una explosión de color, una eclosión de sabores potentes y contundentes, una primavera gustativa adelantada a otoño, una vendimia recién terminada que ya invita a su degustación. Un milagro de la tierra, se podría decir.
Andaba yo cavilando sobre ésto, preguntando a los francófonos que frecuento sobre el evento, cuando descubrí que me encantaría ser un tendero, francés y orondo, con un delantal a rayas, y sentir que ése era el momento, que al fin podría sacar la pizarrilla que tengo guardada desde hace mil años y que les recuerda a todos el hecho. Exhibir en mi escaparate que ha llegado a mi vida la nueva cosecha, el nuevo beuajolais, que tengo la bodega llena de existencias, pasen y vean, tomen asiento y sírvanse, el milagro ha vuelto a suceder, estamos aquí todos para celebrarlo. Luego me percaté de que simplemente debía llamar al tipo de las cocacolas, que se me habían agotado en el autoservicio.
Leí también el castigo que se le dió al pirata Barbarroja cuando fue capturado, se le cortó su cabeza y fue exhibida en el bauprés de su barco, que es el palo grueso que está en el mascarón de proa de los buques. Exposición pública del castigo, del dolor.
Cuántas veces no habremos ido todos nosotros con el bauprés completamente ensangrentado, el velamen roto, el timón partido y la mitad de la tripulación radicalmente amotinada, y aún así hemos logrado llegar a buen puerto. Cuando el hombre del tiempo nos aconseja no salir a la calle y aún así hemos desobedecido (para muchos, éste es el único acto de rebeldía que se pueden permitir) debemos tener el valor que supone aguantar cuando todas las circunstancias nos sean desfavorables y andar bajo las ráfagas de viento bien refugiados en nuestro único abrigo.
Apurar el paso a ver si llegamos a tiempo a la fiesta del Beaujolais noveau. Por muy mal que vengan dadas las cosas, siempre habrá un Beaujolais nouveau.
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