sábado, 30 de junio de 2007

Registro domiciliario

Cuando la policía entró, aún llegó a tiempo de encontrar algo de dignidad esparcida sobre la mesa. No supieron que hacer con aquella pequeña cantidad, pero que suponían de gran pureza. La metieron en una bolsita de plástico y la mandaron analizar.Afortunadamente, para remover según que escombros no hace falta disponer de contraseña.
Empiezan días de felicidad, con el coste de dar abrazos y besos de despedida a quienes se lo han merecido tanto este año. Abrazos largos y meditados, que cuando los damos tenemos la impresión de estar modelando una osamenta sobre la que luego seguir apoyándonos. La melancolía que nos embarga a los tipos imprecisos no cabe en una piscina de talasoterapia.
Han sido días tan dulces como si siempre hubiera estado comiendo gajos de naranja. Pese a los abandonos precipitados. Pese a los improperios y desplantes, como si hubieran entrado en casa a buscar pruebas de algún delito y hubieran tenido que largarse con las manos vacías. Me enorgullece pensar que hay pasadizos secretos a los que aún nadie accede.

domingo, 24 de junio de 2007

Fui a Urgencias en busca de caricias

Pero me equivoqué, realmente iba a Caricias en busca de urgencias.
Aunque era agosto, aún no era verano, o al menos el verano que yo esperaba. Paseaba bajo extraños árboles que se preparaban para un otoño inédito, las hojas empezaban a numerarse para caer en el orden establecido desde los tiempos pretéritos (¿acaso aún no sabías que las hojas caen siguiendo un turno reglamentario, como en la cola de las pescaderías?). Gozaba de una cierta bonanza económica, porque había apostado en el hipódromo a caballo perdedor y Perdedor había triunfado. Decidido de una vez por todas a dejar atrás las pesadillas que me asolaban, y que al propio Kubrick le hubiera dado repelús rodar para su naranja mecánica, abordé el taxi con destino al centro hospitalario. El taxímetro avanzaba al ritmo de una danza epicúrea, y los ojos de la taxista olían a canela.
Me preguntó por el mal que me aquejaba y le expliqué lo de las caricias y las urgencias. Ella me dijo que era coleccionista de sinónimos y que, por primera vez, había oído algo que no se parecía a nada que hubiese escuchado antes. "Guardo cajones enteros llenos de oraciones subordinadas a mis deseos, versos imperfectos y verbos que están pidiendo a gritos dejar de ser impersonales", apostillé, con un orgullo que me pareció impropio de mi mismo.
Por una rendija de la ventanilla del taxi me pareció que empezaba el sol del verano.

lunes, 18 de junio de 2007

Introito a mis emociones

Descubro mi mente ociosa vagando por calles de delirio, donde todas las chicas que pasean son esquivas y dispersas. Van ataviadas con impermeables de plástico negro, como en las películas francesas que tanto adoro. Las ideas que se me ocurren terminan dentro de sus imposibles bolsos, donde encontrarán mejor refugio que entre mis desordenadas páginas. Son palabras que nunca vuelven.
En estos días que programo viajes es cuando acude mas a mí la sombra que proyectan estas mujeres que no existen más que en las esquinas de mi mente. No necesito que sean mas veraces que las que pululan a mi alrededor. Únicamente preciso que sigan taconeando sobre los adoquines que alfombran mis sueños.
Me persiguen días nublados, inusuales en esta época del año en el sur de la isla en la que vivo. Logran asustarme aunque no lo pretendan, siempre temo que sean tarjeta de presentación de malos augurios. Tras el raudal de libros que entran en mi biblioteca siempre encuentro asideros a mi desesperanza. Recuperé mi memoria del gran Juan García Hortelano y sus Cuentos completos, pululé de la mano de Eça de Queirós por calles de Lisboa, volví a caer de lleno en la poesía completa de Oliverio Girondo...Los libros siguen siendo aquellos que siempre me esperan en el bar de abajo de casa, con un vaso de vino en la mano y aguardando mi llegada para contarme cosas que aún no sé.
Una vez leí unos versos de un tipo que me conmovieron, le escribí y ahí empezó un cruce de palabras que desembocará este verano en un cruce de caminos. Nunca una lectura de unos versos desembocó en tanto.

martes, 12 de junio de 2007

Planta de Inoportunidades

Eras unos Grandes Almacenes y yo no hacía otra cosa que coger una y otra vez las escaleras mecánicas para terminar en la Planta de Inoportunidades. Ni siquiera llegué a comprar algo. Nunca alcancé a hacerte gasto alguno. En aquellos días era un tipo sin saldo, sin tarjetas de plástico y sin avales.
La sensación de no llegar nunca a tiempo terminó desgastándome, a mí, que no tenía nada que invertir. Eran tiempos de erosión permanente. Los ataques compulsivos de cleptomanía no me sirvieron para que tus secuaces me prendieran y me llevaran a tus oficinas. Nada hubiera deseado más que me hubieras interrogado y me hubieras abierto un expediente por latrocinio. Tú ya habías robado algo mío hacía tiempo, así que estábamos en paz. Tenía preparada para la ocasión una foto mía con un perfil que imitaba descaradamente la pose de Jean Paul Belmondo, y soñaba con plantar mis huellas dactilares no precisamente en el dorso de mi ficha, sino en la superficie de tu piel.
Nunca supe la razón de tu empecinamiento en ofrecerme inoportunidades, nunca entendí mi obstinación en continuar visitando aquella planta. Quizá si hubiese intentado acceder allí por la escalera de incendios y disfrazado de bombero podía haber tenido alguna opción, quizá si hubiese pasado antes por la planta de ropa interior. Quizá si no hubiera utilizado tantos quizás...
No pude echar raíces en tu planta, no me dejaste irme por tus ramas. Desde entonces, odio la jardinería .

jueves, 7 de junio de 2007

Show de los ineptos

Cuando los ineptos profesionales quieren invitarte a una de sus reuniones lo hacen con un burofax.
Dios, que terrible condena debe ser esa de vivir en cuarentena y atiborrado de afrodisíacos. Hablan a gritos con la calavera que recubren de carne y gestos cotidianamente, se prodigan en aventuras inapetentes que no les llevan a ninguna parte. El desgaste es su único objetivo. Nunca podrán recoger lo que siembran, porque echan a perder hasta la cosecha de cizaña por falta de cuidados. Es terriblemente sencillo parecer justos y ecuánimes a su lado. Es estremecedoramente surrealista escuchar a esta caterva enumerar argumentos que apoyen su proceder. Confunden las amenazas con las sugerencias, los gozos con las sombras, los detectives con los salvajes, las veinte canciones con el poema desesperado.
Déjalos avanzar por la pasarela central durante unos instantes, cegados por las luces de los focos. Cuando lleguen al final, enmudecerán al haber olvidado su texto.
Esto no es más que un ajuste de cuentas con algunos que no saben contar y con los que, por supuesto, no voy a seguir contando.
Aunque soy un pobre, llevo corbata.

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