jueves, 26 de julio de 2007

Alguien debería hablar de todo esto

"Me gustaría cogerte de la mano desde aquí hasta donde está ese coche aparcado", pensé mientras caminaba por la playa de Riazor. Por muy alto que pudiese gritarlo estaba claro que jamás me oirías. Bajo las aguas hay un paraíso de casas de té, susurraba El pecho de Andy a mediados de los ochenta en la discoteca que tenía instalada en mi cabeza en aquellos días. Aquí hay mucha agua que cae del cielo, y parece un paraíso casi siempre. Faltan sólo las casas de té. O tú.
En Galicia dan ganas de ser incestuoso con la Madre Tierra. Me siento feroz y feliz. No necesito alquilar presunciones de inocencia. Las librerías se abren de par en par, en cada una de ellas descubro apeaderos de tren donde detenerme a buscar reliquias. Siempre fue así.
Aunque hay momentos en los que toca trabajar de contestador automático, sigo recibiendo llamadas que son como pasquines que incitan a la revolución. Los destinos no están aún escritos del todo, pero parece que el determinismo va cobrando fuerza. Espero que lo provisional se torne definitivo, ciertamente.
Nacha Pop y Los Secretos me esperan esta noche en el Parque de Castrelos de Vigo. Como hace tantos años, aún sigo sintiendo esa inquietud antes de las grandes ceremonias, esperando a descubrir cual será el momento en que todo romperá con las reglas habituales de la cotidianeidad y hará que crea que vuelvo a tener la eléctrica sensación de estar viviendo algún momento irrepetible. El momento de soñar con los besos extralargos.

miércoles, 18 de julio de 2007

Psicoanálisis en el tambor de una lavadora

Pase e intente acomodarse, empieza el centrifugado. Avíseme si siente mareos, intentaré entonces no darle tantas vueltas a las preguntas.
Me dice usted que le preocupa sobremanera el hecho de no ver límites de velocidad marcados en el asfalto de la carretera que lleva su vida. No se preocupe, rara vez hay controles que le den el alto. O quizá va usted a tanta velocidad que no llega a percatarse de que existen. Tampoco sé el porqué de su preocupación, si no tiene usted vehículo.
Hay caminos en su vida que deberían estar ya trillados de sobra, pero para usted siguen siendo desfiladeros. Ya, hay cotidianeidades que desarman al mas pintado. Seguro que encuentra algún sherpa que por veinte euros le busca rutas alternativas. ¿Sufre de vértigo?. Bueno, pues evite los acantilados, tampoco es tan difícil, alma de cántaro.
No se acalore, no se agite, le veo tenso. ¿Le apetece tomar algo?. Sólo tengo líquido suavizante. Viene bien para que no se nos arrugue en exceso la conciencia.
Lo realmente preocupante es que no sepa como se llama aquel con el que se ha cruzado por la calle y se ha referido a usted llamándole tocayo.
Márchese de vacaciones de una vez por todas.
Y cierre la puerta al salir. Es lo que tienen las lavadoras, trabajamos muy mal a la vista de todos. Este trabajo precisa intimidad.

miércoles, 11 de julio de 2007

Cervezas con un piel roja

Respondes, amigo, al perfil exacto del que ha descubierto que las únicas franjas de bandera que reconoce como suyas son las de las vetas de un jamón ibérico cortado al modo tradicional. Aunque por mi proceder soy lo mas alejado que puedas imaginar a un rostro pálido, hoy vamos a enterrar el hacha de guerra y servirnos de víctimas recíprocamente. La hermandad que sufraga el alcohol trasegado en barras con perfectos desconocidos no es menos ficticia que otras. Hablaré contigo, piel roja de tierras incógnitas, y no podrás entenderme. No pasa nada. Estoy acostumbrado a ello con los nativos de mi tribu. ¿Otra ronda?.
No hubo besos fáciles con ella, por eso ahora sólo atesoro besos fósiles. Duros, engarzados en rocas. Quiero imaginarlos estremeciéndome, como las turbulencias de un avión que aún no ha despegado. Y aún así, siento que no puedo hablar de ella con la certeza que nos da el conocimiento palpable de la realidad. Es como si me limitara a leerte el archivo de libros de una biblioteca para explicarte mi vocación de lector. No quiero ser un carpintero que lija su recuerdo, me gustaría ser cuña en su madera.
Mis funciones vitales creo que han sido otras: nacer, tratar de no reproducirme, crecer, reproducirme y la última que siempre se me olvida. ¿Hablar con perfectos desconocidos hasta hartarlos sobre temas harto conocidos puede también considerarse una función vital? ¿Y utilizar cuartillas empapadas de palabras como las flechas de tu carcaj, piel roja?.
Claro, por supuesto que podemos pedir otra, ¡faltaría más!.
Aprovéchate, en otros asuntos vitales no podemos pedir otra cuando se nos acaba.

jueves, 5 de julio de 2007

Tanto, aún no sé para qué

Necesito encontrar de una vez por todas el lubricante preciso para que algunas palabras dejen de chirriar en mi cabeza. Lo terrible de ellas son las ideas que transportan, como las furgonetas blindadas con tus miradas que lanzabas a destinos imprevisibles por las autopistas de mi alma. Sólo podía, finalmente, sentarme a verlas pasar.
Vivo en el sur de una isla donde los semáforos van en top less. La impudicia, mezclada con una acusada relajación de las costumbres, hace que todo lo que existe sobre el asfalto cobre una vida decidida a apropiarse del goce permanente de los sentidos. Miro absorto a todo lo que ocurre, pero comprenderás que me resulta difícil no guiñarle un ojo cuando finalmente se coloca en verde y me obligan a arrancar. Curiosamente, siempre logro sacarle los colores.
Y en medio de estas acrobacias vitales me preparo preguntas que sé que no voy a saber responder. Andamos inmersos en una preparación permanente de unas Oposiciones con un temario que nunca nadie llega a conocer en toda su amplitud, donde no encontramos preparadores y donde no hay tribunal que nos evalúe. Aún así, insistimos una y otra vez, asumiendo los zarpazos y desgarros como supuestos prácticos, lamiéndonos las heridas sin encontrar razones para que nos las infieran. Actuamos como respuesta a estímulos, y pocas veces como resultado de una reflexión mínimamente coherente. Algo así a cuando comemos pan y caen las migas en nuestro regazo. Nos quedamos absortos en la belleza de las migas, olvidándonos de lo que realmente las produce.
Prometí, aunque no lo sepas, comerte hasta no dejar ni las migas. Quizá esa sea de las pocas certezas que tengo en estos días en los que me falta levadura.
Oh, sí.
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