jueves, 31 de agosto de 2006
O sea, se acabó lo que se daba. Treinta y uno de agosto. Para mí, y, por lo que sé, para muchos otros, hoy es realmente el fin de año. Todavía, oficialmente, habrá que esperar hasta el 31 de diciembre, pero creo que la fecha de hoy es mucho más significativa. De hecho, cuando hable de acontecimientos que pasaron, pongo por ejemplo, en junio, hablaré, indefectiblemente, del año pasado.
Coincidiendo con la vendimia, que la presumo cercana, pienso en algo que ví algunas veces y que marcaba de una forma muy gráfica lo anteriormente expuesto. La labor de limpiar los barriles, prepararlos para la nueva cosecha de vino. Es curioso, se lavaban con la intención de quitar las impurezas, pero, en cierto modo, beneficiándose también que lo que el poso del vino iba dejando en la madera, generalmente de roble francés, que se decía que era el mejor. Pues así me he sentido estos días, limpiando mis propios barriles. A ver que tal se da la próxima añada.
Por lo pronto, mañana vuelvo a mi antiguo lugar de trabajo, donde tanto me dejé, donde tanto aprendí, y donde hay tanta gente a la que aprecio de manera sincera. Lo que más me sorprende es que, a diferencia de los últimos nueve años, vuelvo tal como llegué por primera vez, hace once años, y con una sensación de novedad, de emprender un nuevo cometido. Siento una alegría casi irresponsable, directamente relacionada con la ausencia de responsabilidades que no tengan que ver conmigo directamente. Después de tantos años supervisando el trabajo de otros, ésta es una sensación amigable, que hace mas atenuada la vuelta al redil.
Y empieza el año de manera trepidante. Concierto de un amigo el viernes, música para camaleones al día siguiente. Volver a la ciudad un sábado por la mañana, recorrer túneles, tocar puertas nuevas.
Voy a revisar mi tomavistas de super 8, a ver si todavía me queda película para seguir rodando.
martes, 29 de agosto de 2006
El fetichismo entendido como una de las bellas artes
Como cualquier aspecto de la vida, puede resultar escandaloso, escabroso y poco razonable a los ojos de los demás. Sin embargo, no entiendo la vida sin llevar determinadas manías hasta su más sublime representación, puesto que, de no cubrirlas con todos sus excesos, perderían por completo su razón de ser, incluso su nombre. Damas, caballeros, se hallan ustedes ante un prototípico representante de lo que se ha dado en llamar un fetichista.
Confiero un valor determinado a los objetos, no por lo que en sí son, sino por lo que para mí significan. En este sentido, creo ser como la mayor parte de mis congéneres. Quien más y quien menos guarda en una caja sobrecitos de azúcar, entradas, algún objeto que se hace acompañar de carga simbólica. En el gremio de atracadores, subsección "navaja en ristre", ¿cuántas veces no habrán escuchado aquello de "por favor, no me quite esto, que no vale nada y tiene mucho valor sentimental para mí"?. Pues por ahí van los tiros (o los navajazos, según se tercie). Tengo almacenados en mis estanterías decenas de objetos, que van desde piedras o arena de algunas playas, hasta miniaturas de furgonetas de reparto antiguas, pasando por un robot de hojalata que anda a cuerda. Cada uno de ellos está ahí por algo, cada uno cumple una función. Como dicen los cineastas, en una película de cine no hay nada gratuito. En la mente de un fetichista convicto y confeso, tampoco.
Fotos, papeles, cartas, objetos de lo más variopinto no están nunca de más. Somos los reyes del reciclaje, todo vuelve a tener una segunda oportunidad. El sueño de cualquiera de los nuestros es contar con una buhardilla, llena de cofres y parcialmente iluminada por una claraboya, donde pasar tardes enteras buscando y rebuscando, palpando láminas, juguetes con un delicado placer, secreto.
¿A qué estás esperando para salir del armario de una vez por todas?. Formalicemos nuestra manera de entender el mundo, fundemos una Liga que proteja nuestros derechos, hermanos fetichistas tan vilmente pisoteados. Eso sí, en caso de fundar nuestra Sociedad, me pido el libro de actas.
lunes, 28 de agosto de 2006
Disparen sobre el pianista
(Tengo permiso personal de François Truffaut para piratearle de forma impune cualquier título de sus películas, tan enormes todas ellas.Luego les cuento)
Poco a poco, aterrizaje, sobreponiéndome al jet-lag psicológico que te da estar mas de un mes fuera de casa, con un poco mas de dinero que el resto del año y con voluntad de invertirlo en uno mismo, que es la empresa mas rentable en la que invertir, no lo olviden. La vuelta a la cotidianeidad tiene sus gratas sorpresas, aunque engrasar la maquinaria, volverla a colocar sobre los raíles antiguos, pues a veces cuesta un poco. Lo peor que llevo, responder a la estúpida pregunta al volver. "¿Ya has vuelto?". Pues no, mira, aún no. Soy un holograma y mi poseedor creo que se queda una semana mas por ahí...Aún así, disponer de unos días antes de empezar el día uno, pues dan una cierta sensación de poseer una bombona de oxígeno. Además, tener la playa tan cerquita...Hoy pensaba en la hamaca en lo terrible que tiene que ser al revés para muchos, eso de estar dos meses al lado de la playa y luego echarla tanto de menos. Afortunadamente, yo he hecho el camino contrario. Me encanta vivir donde vivo, lo he dicho infinidad de veces. Sigo teniendo la sensación de seguir estando un poco de vacaciones todo el año.
Acabé el libro de entrevistas a Roberto Bolaño. Algunas respuestas, impagables.
Entrevistadora: ¿Por qué le gusta llevar siempre la contraria?
R.B.: Yo nunca llevo la contraria.
"La literatura no se hace solo de palabras", dice en otra parte del libro. Me encantó leerlo de un solo tirón, me pareció que era una muestra más de su genio. Terminé también El juguete rabioso, de Roberto Arlt, y me parece que será un autor en el que voy a seguir profundizando. En poesía, estoy con el jovencísismo Ben Clark y su poemario Los hijos de los hijos de la ira. Apuntan muy buenas maneras sus poemas, muestran un camino interesante.
(Y volviendo a lo de Truffaut. Es que hay días en que me siento francés, muy francés, muy nouvelle vage. Realmente, debería decir que me siento francés de los años cincuenta, leyendo Cahièrs du cinema. Y me apuntaría a ser yo todas esas maravillosas pelis del director francés. Hoy tocó la protagonizada por Charles Aznavour, pero no descarto que mañana me levante sintiéndome Los cuatrocientos golpes, o Antoine Doinel, a saber. Esto es imprevisible. Peor sería que me sintiera Mi querida señorita, de Jaime de Armiñán. Vamos, digo yo. O quedarme sin cobertura en medio de un barranco y luego no poder recobrar maravillas llegadas a mi móvil...)
domingo, 27 de agosto de 2006
Tintín me acecha
Estoy aquí, embebido en la precisión de los cuentos que Andrés Neuman agrupó bajo el nombre de El que espera, levanto mi mirada y ahí están sus ojos, apenas un par de puntos negros, parece, pero que reflejan todas las miles de miradas que en él se depositan desde hace más de setenta y cinco años. La biblioteca está llena de reproducciones suyas por doquier, desde láminas enmarcadas, hasta figuritas que le representan a él o a cualquiera de sus amigos, el malhumorado Capitán Haddock, los perfectos torpes de Hernández y Fernández, el despistado Tornasol...Se siente su presencia no sólo en la ajada colección de volúmenes, gastada y vuelta a comprar en bastantes ocasiones, ni tampoco en la bibliografía que puebla los estantes y que recoge los más nimios detalles sobre el citado personaje y su autor, ni siquiera en la más extravagante colección que inició hace años el dueño de todo este maremágnum, reuniendo diferentes álbumes publicados en todos los idiomas posibles (hasta el momento, once lenguas diferentes, entre las que está el latín, el hindú y casi todas las grandes europeas)
Y así es. Desde hace años siento la mirada del belga mas importante del mundo, pese que a los franceses lo tengan por una seña de identidad. Aún no sé que es lo que más me atrapa de un personaje tan plano, que apenas concede un mínimo de tranquilidad a su vida, viajero incansable. Sin embargo, no se le ve nunca beber; compañía femenina, ni por asomo. Supuestamente es periodista, aunque jamás se le ha visto en una redacción de periódico. Un personaje enigmático, ya digo. Sin embargo, me atrapa la simpleza de sus argumentos, sus aventuras dibujadas en línea clara por el meticuloso dibujante que era Hergé. Me he acostumbrado a estar sentado en mi cuarto, levantar la mirada y sostener la suya, presente en casi cada esquina.
Me ve disfrutar, desesperarme, dormir, enojarme, reírme, y a todo este carnaval de sentimientos asiste de manera fría, lívida, sin apenas mostrar consideración. Acabaré sugiriéndole algún día un cambio de roles. Como acepte, Dios mío.
Llevo todo el día queriendo rodar una peli en blanco y negro, pero solo me sale en azul y negro. Debe ser que tengo el objetivo equivocado. Creo que no voy a cambiarlo, seguro que será la primera peli que se rueda en esos dos colores. A mí me gustan mucho, y combinados quedan muy, pero que muy bien.
sábado, 26 de agosto de 2006
Incógnitas de hoy, oiga
¿Cómo es posible que el hombre haya llegado a la Luna, gracias Fran Nixon por la información(www.francisconixon.blogspot.com), y no hayamos conseguido inventar un medicamento contra la resaca? Después de una comida con amigos ayer, que se prolongó hasta el final del partido en casa, y donde creo que probamos el alcohol en todos sus niveles de graduación, llevo todo el día dándole vueltas al asunto. Interés científico, no más.
¿Cómo consigue conmoverme tanto encontrar entre los papeles viejos de mi familia un título de propiedad que se otorgó a mi abuela en el año 1931, por la compra de una máquina de coser Singer?. Me faltó tiempo para llevarla a enmarcar y situarla en la cabecera del fantástico sillón orejero de mi biblioteca. Debe haber algo en mí entre atávico, fetichista y sentirme depositario de una historia familiar vulgar, pero para mí increíblemente llena de sorpresas.
¿Cómo enfrentarme al horror de asistir al desgaste las personas, a su decadencia?¿Dónde situarse frente a éso, en el respeto a sus decisiones con respecto a su salud, o en el extremo contrario, convertirnos en egoístas censores sólo por no sufrir nosotros?
¿Sabes cuantas ganas sigo teniendo de estar contigo, de no hacer nada, de simplemente mirarnos, de reírnos, de contarte batallas, de que me mires, de que me preguntes, de sentirme dichoso de invertir horas en tu compañía? Como sigo esperando que las cosas cambien, que yo cambie, que tú también lo hagas, y que todo sea sencillo.
¿Cómo es posible que una institución como la sacrosanta iglesia católica siga causando incomodidad las teorías evolucionistas de Darwin y apuesten por la teoría creacionista a pies juntillas, esto es, Dios puso a Adán y Eva sobre la tierra y les dijo, "venga, chavales"? Leí esta noticia hoy en EL PAÍS, no me la invento. ¿Alguien les ha explicado a estos tíos que estamos en el siglo XXI? Mucho me temo que cualquier día van a terminar pidiendo la hoguera para tres cuartas partes de la plantilla científica internacional.
¿Por qué se acaba el verano? Con lo bien que se está sin ir a currar y cobrando el sueldo...
miércoles, 23 de agosto de 2006
El mayor dolor
Como lector compulsivo de periódicos que soy, me encontraba esta mañana echándole un vistazo a la prensa local cuando una noticia captó mi atención, pues había ocurrido aquí, donde yo vivo. Para más inri, había ocurrido en los apartamentos en los que viví cuando me instalé en este lugar, con lo cual la curiosidad iba en aumento. La noticia era terrible, un niño se había ahorcado mientras jugaba con una sombrilla y una hamaca, un hecho tan fortuito como terrible. Me asusté al constatar que conocía a un niño con un nombre como el que allí se mencionaba y de una edad similar. El mundo se me vino abajo cuando coincidió también la nacionalidad, ucrania. Todo empezó a darme vueltas y tuve un pequeño atisbo de ataque de ansiedad. Inmediatamente llamé a un amiguete policía para que constatara datos, le indiqué el apellido del chico, que no constaba en la crónica periodística y le rogué que preguntara, que se asegurara. Crucé los dedos mientras esperaba su llamada, nunca deseé tanto estar equivocado y tacharme a mí mismo de alarmista. Cuando sonó el teléfono, la voz del amigo al otro lado apretó la palanca que explotaba la dinamita y me espetó: "confirmado, es él".
Llevo todo el día perdido, confundido y fundido, pero en negro absoluto. Al margen de que conocía perfectamente al chaval desde hace años, tenía trato cotidiano con él y acostumbraba a gastarle bromas sobre la manera que tenía de arrastrar el sonido erre, no se me ha ido de la cabeza la imagen de su madre. Temo volver a verla, cruzar mi mirada con la suya y no saber que hacer, que palabras bastardas emitir para intentar transmitirle algo, un mínimo de calor, de solidaridad, de compañía en el dolor. Todos volveremos a nuestra vida cotidiana pero ella ya nunca logrará superar ese terrible dolor, el dolor más inmenso que un ser humano puede soportar. El dolor de enterrar un hijo. Lamentablemente he tenido que asistir a ese dolorosísimo trance en tres ocasiones a lo largo del último año y medio, ver como padres despiden a sus hijos, yendo así contra cualquier mínima ley natural.
Podemos extraer lecciones sobre lo contado, pero no me apetece. Quizá ésto es, paradójicamente, la vida: descubrir de la manera más lacerante que todo, absolutamente todo, puede cambiar en el más insosopechado de los momentos. La distancia que nos separa cotidianamente del horror es ínfima, la misma posiblemente que la que nos acerca en algún momento a la grandeza. Pero hoy hay alguien que ya no va a tener nunca más la posibilidad de aprenderlo.
martes, 22 de agosto de 2006
Un taxi a Muntaner
No sabía exactamente la ubicación de calle. Me subí al taxi sin una idea clara del destino en sí mismo. Me costaba reconocerlo a mí mismo, pero una de las últimas y más convincentes razones que me habían llevado a elegir el destino de Barcelona hacía varios meses era ésa. Estar delante de una casa que no disponía de placa alguna, en un barrio cercano al Tibidabo, y dónde muy pocos, tal vez ni siquiera los inquilinos que en ella habitaban, sabían el papel tan determinante que había jugado aquel sótano en reuniones que habían acogido a lo más granado de la poesía española en aquel entonces.
"De que sirve, quisiera yo saber, cambiar de piso,
dejar atrás un sótano más negro
que mi reputación-y ya es decir-,
poner visillos blancos
y tomar criada,
[...]"
Bajé del taxi frente a un edificio normal y corriente, con una peluquería en sus bajos, nada destacable. No exagero si afirmo que me temblaban las manos y las rodillas me flaqueaban. Me senté en sus escalones, tomé un par de fotos irrelevantes y respiré. Supuse cuantas veces Jaime Gil de Biedma subiría por aquellos escalones ebrio de alcohol y palabras, cuántas veces abandonarían aquel portal Carlos Barral, Ángel González, José Agustín Goytisolo, y tantos, tantos más. Me sentí inmensamente feliz por estar ahí, en ese destino tan nimio, tan fuera del recorrido habitual del turista al uso. Que sencillo es a veces sentirse bien con los sueños más fáciles, más accesibles. Soy un tipo afortunado, no todo el mundo puede decir que visitó un poema, o lo que para ese individuo significaba ese poema.
Y ahora, me cuesta hablar de Barcelona. Volví a estar en su maravilloso Barrio Gótico, donde todavía existen tiendas que se dedican a vender libretas de papel , plumas, tintas, lacres, y donde me hice con otro cuaderno negro Moleskine, en previsión de que se agote el que actualmente utilizo. También han situado a unos integristas en la puerta de la Catedral de Barcelona, donde no dejan pasar a las mujeres si van con un mínimo escote, o faldas cortas. Me resultó indignante que esto siga pasando en nuestro país en pleno dos mil seis. Me mata de la risa comprobar luego que el debate lo centramos en que si las niñas islamistas deben ir con velo o no a los institutos franceses. Como alguno de estos católicos fascistas pudieran, aquí íbamos a ir todos hasta con mantilla. Y a mí me jodió más porque siempre me ha parecido BCN una ciudad llena de gente afable y cordial hasta la médula.
La librería La Central está llena de libros maravillosos y gente que se preocupa de ellos, y eso se nota. En la que yo estuve era la sucursal de Mallorca y la verdad es que es una de esas librerías para perderse horas y horas. Les había encargado un libro de una editorial chilena, muy difícil de conseguir en España, Bolaño por si mismo, desde hacía meses, y allí me lo tenían guardadito, con su código de barras con mi nombre y todo, que me hizo una ilusión casi metafísica. Éste es un libro de entrevistas al impresionante escritor, y tiene una pinta que dice "cómeme, cómeme", que yo lo he escuchado al acercarme a él en mi librería. Al fin conseguí un ejemplar del voluminoso El cuaderno gris, de Josep Pla, que llevaba años intentando encontrar. Me traje a casa también el primer poemario de Miriam Reyes, y una antología de Oliverio Girondo. La guinda del pastel la puso El juguete rabioso, el primer libro del argentino Roberto Arlt.
Llegué anoche en avión y aterrizé más que cansado en mi casa. Apenas tuve tiempo de contar los libros que compré este verano yendo de viaje. Veinticuatro. Una maleta llena de libros. Qué más se le puede pedir a un verano.
Ahora tengo que ordenar todo lo visto, vivido, bebido, sentido y soñado, ir dejando que se asiente. Y sobre todo, durante mucho, mucho tiempo estoy convencido de que me irán acompañando antes de dormir, al caminar por la calle, todas las cosas que he ido atrapando, algunas de ellas sin tan siquiera sospecharlo.
Escucho incansablemente un cd comprado el día antes de venirme, Las jugadas imposibles, de uno de esos grupos terriblemente impactantes para mi cabeza,Tachenko. Huele a fin de verano, y eso me gusta.
domingo, 13 de agosto de 2006
La librería mas bonita del mundo
Me levanté bien pronto para llegar a Oporto temprano, y así beneficiarme de esa hora menos que me regalan de entrada los portugueses. Tuve una impresión curiosísima al contemplar la ciudad desde la orilla de Gaia, justo encima de donde están las bodegas, algo así como una especie de sensación de haber estado allí antes. Todo en ella superó las expectativas, desde la magnificencia de sus puentes, a la sorpresa de la avenida de Aillados, a la magia de la plaza de Ribeira. Yo ya había estado allí antes, me repetía incesantemente. Sigue teniendo lo que más me llama la atención de las ciudades portuguesas, esa mezcla de grandiosidad y decadencia, de majestuosidad y de ruina. Lo más impactante fue encontrar la Librería Lello, que según Vila-Matas es la librería más bonita del mundo. Cualquier amante de los libros y las librerías no debería dejar de visitarla, de cruzar su sorprendente fachada, de subir por su espectacular escalera central de un rojo intenso, dejarse cautivar por la belleza en estado puro. Me hice con una Antología del cuento portugués, que intuyo me llevará a conocer y descubrir escritores aún desconocidos para mí, y un libro del angoleño Manuel Lui, del que nada conocía pero que me llamó muchísimo la atención. Cerca de ahí había un mercadillo callejero que me resultó increíble, se podía comprar desde elepés en vinilo de "El baile de los pajaritos" en versión lusa, a un ordenador Amstrad de los años ochenta fuera de uso, a soldados de plástico, a retrovisores arrancados de la manera menos ortodoxa. Yo cumplí mi papel de perfecto fetichista y me traje una moneda pisapapeles del Sporting de Lisboa.
De vuelta a Galicia, paré en Ponte de Lima, que se jacta de ser la "vila mais antiga de Portugal". Clásico y veraniego pueblo con un puente antíquisimo, que también me hizo comprobar que en el país vecino los sitios pequeños son especialmente coquetos, manteniéndose con una extraña ancla en el pasado, como si el tiempo hubiera transcurrido más despacio allí. La última escala fue, como no, en Valença do Minho, un lugar con unas murallas que esconden un sinfín de tiendas. Sigo sin entender como es posible que dejen entrar los coches en un recinto tan antiguo, pero así sigue haciéndose. Con decir que hay semáforos en su interior que regulan el paso por los portones de entrada y salida...
Han quedado muchas cosas dentro de mí de estos días, creciendo lentamente, germinando. La semana que viene, Barcelona y final del viaje. Mientras tanto, he visto que Georgie Dann actúa uno de estos días en Redondela. Las desgracias, en Galicia, nunca vienen solas.
viernes, 11 de agosto de 2006
Arde el cuentakilómetros
Recién llegado descubro que he hecho en tres días mil kilómetros y me invade el cansancio, pero aún así me embriaga la idea de salir mañana pitando temprano para Oporto. El cuerpo no debe responder demasiado cuando la cabeza anda enfrascada en sus propias decisiones. No sé si a todo el mundo le pasa lo mismo, pero tengo la sensación de estar acumulando combustible para consumir luego, en casa, con un mínimo de tranquilidad. Al final resultará que soy un rumiante.
Poco que contar porque han sido días vividos muy intensamente. Estuve en una población portuguesa fronteriza, Miranda do Douro, donde me embarqué en un paseo fluvial por los Arribes del Duero. Aquellos que tengan la oportunidad de ir, les rogaría encarecidamente que no perdieran la ocasión. Eso de andar por el medio de un río, saber que estás en aguas internacionales y que te cuenten una historia de contrabandistas que se jugaban la vida para pasar de un país a otro, pues casi no tiene precio. Luego deambulé por Zamora y Salamanca, ciudades que no conocía, y quedé alelado. Ciudades con tanta historia a sus espaldas, con piedras que vienen siendo pisadas por miles de seres con sus historias a cuestas, me dejan obnubilado. Zamora sorprende, es una ciudad de la que uno no espera mucho a priori, y golpea visualmente con la fuerza de su historia, de sus cuidadas calles y monumentos, de sus cigüeñas, de su muralla. Con esto no quiero decir que Salamanca no impacte, pero uno está más preparado para esa feroz y grata fuerza que transmite. Siempre me gustaron más las ciudades que más me sorprendieron, aquellas que uno se encuentra en el camino. Como cuando uno sale por ahí, y de pronto descubre a una mujer encantadora sin andar a la caza y captura. Bueno, yo personalmente no suelo ir preparado a ningún sitio. Así me asaltan las sorpresas, cual navajero con su herramienta de trabajo. Castilla, viniendo de Galicia, es un hallazgo. Y si antes venías de Canarias, pues suma y sigue. A propósito, entrar en Orense y ver como está todo es terrible. Parece que estuviera el monte lleno de chimeneas terribles, amenazadoras, o como si hubiera ocurrido una erupción volcánica. Un auténtico holocausto.
Abastecimiento de libros en Castilla, claro. De la misma forma que hay gente que cada vez que entra en una ciudad se lleva los típicos platitos de recuerdo, o fantasías a cual mas kitsch, yo vengo cargado de libros. Benedetti, Andrés Neumann, el poemario de un jovencito Ben Clark, y algo de Raymond Carver. Espero que la bodega del avión que me llevará desde Barcelona a Gran Canaria sea lo suficientemente amplia.
Oporto aguarda.
martes, 8 de agosto de 2006
El bosque desanimado
Pocas cosas hay tan tristes como ver un bosque calcinado. El olor a madera quemada y mojada es profundamente desagradable, lo es aún más el ver robles centenarios que caen bajo lenguas de fuego. Durante días siguen humeando los troncos, y el miedo a que vuelva a rebrotar es inmenso. He visto estos últimos días personas armadas únicamente con ramas de eucaliptos defendiendo sus propiedades, he visto bomberos que llevaban trabajando veintisiete horas seguidas. El domingo tuve que bajarme del coche y ayudar a que el fuego no invadiera propiedades de amigos, y la verdad es que sentí miedo. Asusta levantar la vista y ver que el sol es un perfecto círculo rojo, que todo el ambiente está cargado de ceniza. Y, sobre todo, la sensación de impotencia. Que mas da que capturen al energúmeno causante. A ver como restauramos un espacio que lleva ahí siglos para nosotros, sin que hayamos hecho nada para cuidarlo. Soy un tipo sin mucha conciencia ecológica, pero esto supera todo lo visto. Parece como si hubiera caído una bomba y hubiera arrasado todo a su alrededor. La estulticia humana en estado puro. Arrasar sin razón.
Mañana salgo unos días a Zamora, y llegaré el sábado justo a tiempo para salir hacia Oporto. Ese mismo día actúan los Stones en la ciudad lusa. No creo que sea posible asistir al concierto, creo que no quedan entradas desde hace meses. Hay una cofradía portuguesa que lleva semanas rezando para que Keith Richards no vuelva a tener la brillante idea de subirse a un cocotero...
Ayer, al final, encontré un libro del argentino Macedonio Fernández. Buscar libros se convierte en ocasiones en algo aventuresco. Pero, claro, ese es el trabajo de un buen detective.
sábado, 5 de agosto de 2006
Percebes de guardia
En Galicia hay siempre percebes que están de guardia. Vayas donde vayas, siempre hay un puesto donde ejercen su tarea, prestándose solícitos a ser engullidos. Esto es el paraíso para aquellos que nos encanta sentarnos delante de un plato y sentirnos que estamos a la diestra de dios padre. Además, creo que es de los pocos mariscos que no pueden ser criados en cautividad, lo cual añade un valor extra a su captura. Míticos percebeiros jugándose el pellejo en peñascos y lugares poco accesibles para que lleguen hasta mi paladar. Santos, que son unos santos. Ayer deseé ser percebe asido a rocas afectuosas.
Para un tipo que viene de Canarias, hay algunas cosas que, por mucho que llevemos toda la vida veraneando en la península, nos siguen sorprendiendo. Aquí van algunas de las que a mí me siguen dejando boquiabierto:
-El hecho de que existan autopistas de peaje. Pagar por circular en una carretera no existe en las islas.
-Las estaciones de tren. Los trenes en sí mismos. Me siguen pareciendo una maravilla.
-Beber agua directamente del grifo. Impensable en un lugar donde el agua procede de desalinizadoras marinas.
-El pan se vende en barras. Al menos en mi isla, el pan se vende en piezas pequeñas. La barra no está muy extendida.
-Existencia de gaseosa. No sé la razón, pero allí apenas hay. En un bar, menos. Y mira que no está rico ni nada un buen tinto de verano...
-La utilización de la palabra "majo". Todo es majo, la gente es maja, el ambiente es majo...En el archipiélago canario, la utilización de esa palabra está penada con prisión mayor.
-Allí siempre pedimos al quiosquero que nos "deje" el periódico, al camarero que nos "deje " la cuenta. Esa expresión aquí les hace mucha gracia.
-Pese a que pertenecemos a la corona de España desde hace más de quinientos años, sigo constantando el desconocimiento que hay de Canarias aquí. Tengo la impresión de que, con nuestro acento, nos ubican más en el Caribe que en el Atlántico. Esta afirmación no tiene nada de especial. Supongo que se tiene el mismo grado de desconocimiento que el que tiene un habitante medio de Fuerteventura sobre Murcia.
Encima, en estos días hay sol todo el día. He encontrado un castaño centenario, he puesto una silla describiendo un ángulo de cuarenta y cinco grados contra su tronco, y allí me paso horas leyendo. He empezado con las memorias de Robert Graves, Adiós a todo eso. Para mí que el título del libro es emblemático , casi una invitación a mi persona.
jueves, 3 de agosto de 2006
Libro de reclamaciones
Al primero que me pueda presentar el libro de reclamaciones de la vida, tiene en mí un amigo para siempre...Me pregunto porqué todo no podrá funcionar como uno mas o menos lo tiene previsto. Si es que, al final, nunca entendí que problema tenía Truman, jolín, una vida hecha a medida. Está visto, Dios le da pan a quien no tiene dientes. Querría uno cubrir tantos flancos, podar a tiempo ramas que se salen del jardín que no llega a todo. Y no es fácil trasladar que no todo es entendible sólo con palabras, que no todo es justificable ni tiene que serlo. En ocasiones, lo mas simple, el detalle más nimio y menos apreciable es el que nos alegra el día, el que hace que encontremos solución a la ecuación que nos plantea la vida. La alegría es un escote generoso con el que nos cruzamos a veces por la calle y al que miramos secretamente, sin estridencias.
Cielos, hoy me he levantado especialmente soviético. Como encuentre una barricada en medio de la calle, juro saltar y ponerme del lado de los sublevados.
miércoles, 2 de agosto de 2006
Funambulismo
Me dió por repasar antiguas notas y topé con algo que recordaba haber escrito después de mi primer viaje solo, sin mis padres, cuando tenía diecisiete años. "Yo soy de los que se fueron y no quisieron volver. Odio regresar, bien sabes que el funambulismo nunca fue mi fuerte". Especialmente crítico con lo que escribo, no suelo caer en la trampa de la autocontemplación, y suelo ruborizarme hasta lo indecible cuando recupero papeles viejos. Esta vez, en cambio, me resultó muy familiar la sensación que describí en aquel momento, y constato que en el fondo las cosas no han mudado en exceso. Al final, tendrán razón mis padres y maestros y sus amenazas apocalípticas:"nunca vas a madurar, vas a ser siempre el mismo". Que bien que esas ganas de huir, de crecer, de buscar, de estar en la cuerda floja y ser consciente de ello, hayan estado ahí desde hace tiempo.
En Santiago de Compostela, sorprendiéndome otra vez con la sencilla majestuosidad de la ciudad. Pasear por debajo de sus soportales, inmiscuirse entre sus callejones es invertir en felicidad. Conté con la suerte añadida de que había un festival de clowns en la calle, y fue una delicia encontrarse por ahí con espectáculos en medio de una plaza, con payasos deambulando e imitando a transeúntes, con risas al aire libre, abiertas y de tono elevado. Visita obligada a la librería Follas Novas, donde cuentan con libreros a los que se les pregunta por escritores como Macedonio Fernández y saben perfectamente de quien estás hablando. Se vendrán conmigo a casa las memorias de Juan Gil-Albert, las de Cesare Pavese y un poemario de Andrés Neumann, La canción del antílope. Vaya tres, especialmente estaba interesado en las memorias del escritor italiano, aunque el resto de sorpresas me han parecido eso, francamente espectaculares.
Todo huele a verano. Hay peces de colores, como en La ley de la calle, aunque alrededor algunas cosas sigan rodándose en blanco y negro. El teléfono a veces se me llena de azul y rebosa alegría. Quiero mirarme a mi mismo en tercera persona.