domingo, 13 de agosto de 2006

La librería mas bonita del mundo

Me levanté bien pronto para llegar a Oporto temprano, y así beneficiarme de esa hora menos que me regalan de entrada los portugueses. Tuve una impresión curiosísima al contemplar la ciudad desde la orilla de Gaia, justo encima de donde están las bodegas, algo así como una especie de sensación de haber estado allí antes. Todo en ella superó las expectativas, desde la magnificencia de sus puentes, a la sorpresa de la avenida de Aillados, a la magia de la plaza de Ribeira. Yo ya había estado allí antes, me repetía incesantemente. Sigue teniendo lo que más me llama la atención de las ciudades portuguesas, esa mezcla de grandiosidad y decadencia, de majestuosidad y de ruina. Lo más impactante fue encontrar la Librería Lello, que según Vila-Matas es la librería más bonita del mundo. Cualquier amante de los libros y las librerías no debería dejar de visitarla, de cruzar su sorprendente fachada, de subir por su espectacular escalera central de un rojo intenso, dejarse cautivar por la belleza en estado puro. Me hice con una Antología del cuento portugués, que intuyo me llevará a conocer y descubrir escritores aún desconocidos para mí, y un libro del angoleño Manuel Lui, del que nada conocía pero que me llamó muchísimo la atención. Cerca de ahí había un mercadillo callejero que me resultó increíble, se podía comprar desde elepés en vinilo de "El baile de los pajaritos" en versión lusa, a un ordenador Amstrad de los años ochenta fuera de uso, a soldados de plástico, a retrovisores arrancados de la manera menos ortodoxa. Yo cumplí mi papel de perfecto fetichista y me traje una moneda pisapapeles del Sporting de Lisboa.
De vuelta a Galicia, paré en Ponte de Lima, que se jacta de ser la "vila mais antiga de Portugal". Clásico y veraniego pueblo con un puente antíquisimo, que también me hizo comprobar que en el país vecino los sitios pequeños son especialmente coquetos, manteniéndose con una extraña ancla en el pasado, como si el tiempo hubiera transcurrido más despacio allí. La última escala fue, como no, en Valença do Minho, un lugar con unas murallas que esconden un sinfín de tiendas. Sigo sin entender como es posible que dejen entrar los coches en un recinto tan antiguo, pero así sigue haciéndose. Con decir que hay semáforos en su interior que regulan el paso por los portones de entrada y salida...
Han quedado muchas cosas dentro de mí de estos días, creciendo lentamente, germinando. La semana que viene, Barcelona y final del viaje. Mientras tanto, he visto que Georgie Dann actúa uno de estos días en Redondela. Las desgracias, en Galicia, nunca vienen solas.
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