lunes, 29 de enero de 2007

¿Hay alguien ahí?

Alquilo obstáculos a quien los necesite, tengo excedente.
Avanzo a marchas forzadas la mayor parte de los días en eso que llamamos cotidianeidad, siempre con el miedo de que el coche escoba termine barriéndome. Hurgo entre los estantes en que he dividido mi interior en busca de la enciclopedia donde encontrar las palabras que habrán de salvarme un día más. Trastoco el recuerdo que tengo de ti para mejor acomodarlo al ritmo de estos días desamparados. Salgo a las calles a mezclarme con los otros mientras voy generando genitivos en silencio. No tengo madera de estoico ni de monje cisterciense, no me habitúo a la sangría rutinaria en la que quieren hacer que nos instalemos. Sigo martilleando con el pico en el pino de la realidad, firme como un pájaro carpintero al que urge encontrar cobijo porque se avecinan los días más fríos.
Perdimos la cartilla de racionamiento en estos días de escasez, y no hay un mercado negro donde podamos acudir a comprar abrazos de contrabando. No somos más que cazadores de autógrafos, felices por un instante que luego atesoraremos durante el resto de nuestros días. Nos quedamos con cara de póquer en la cabina telefónica de nuestros deseos, al ver que se ha tragado las escuálidas monedas que allí depositamos y se nos corta la comunicación. Tal vez sólo nos quede la opción de ponernos bajo la advocación de Nuestra Señora del Messenger, tal vez sea la última oportunidad.
El ruido del universo debe ser parecido al ruido del ascensor en el que ya no subirá lo que esperábamos.

sábado, 27 de enero de 2007

Sin necesitar coartadas

Llevaba varios días sintiéndose mal, abatido. Fue a hacerse un chequeo general y, al recoger los resultados, se dió cuenta de que le habían dado un volante para hacerse una autopsia. "Ya sabía yo que tenía algo, que no eran invenciones mías", se decía a sí mismo. Finalmente conseguía mudarse de barrio, ya nunca más viviría en Sector Incertidumbre.
Guillermina es una mujer con suerte aunque aún no lo sabe. Un hombre la desea en secreto y es un manitas. Pasa las horas muertas haciendo reformas, se ha convertido en un as del bricolage casero. Planea construirle un trampolín en su escote, sus ojos se han convertido en los talones de un campeón olímpico de saltos. Imagina secretamente que le ha instalado las puertas correderas del garaje en alguna parte de su cuerpo. Él guardará el mando a distancia a buen recaudo. Cuando logre conquistarla, nunca dejará que los tequieros se conviertan en simples onomatopeyas.
El grumete enamorado mira como se desnuda la rica heredera a través de la escotilla de su yate. Se le pone ojo de buey. Degollado, claro está.
El escritor comprometido (con su novia) redacta oscuros manifiestos para que nadie los firme. Simples racimitos rabiosos henchidos de ampulosidad que no llevan a ninguna parte. A fin de cuentas, él trabaja con palabras, no en el transporte público.
Ninguno necesita que nadie venga a preguntarles el porqué. Son coleccionistas de respuestas. Los signos de interrogación son, para ellos, simples alcayatas donde cuelgan sus convicciones.

miércoles, 24 de enero de 2007

Recibo de versos

Abrí cautelosamente mi buzón. Asomaba la parte superior de un sobre acolchado, y no tuve que aventurar mucho sobre su contenido: allí estaba el libro de poemas que habían prometido hacerme llegar. Giré la llave en la cerradura y ocurrió lo que suponía, el sobre se había rajado al forzarlo a entrar por la boca de mi casillero y los hexasílabos cayeron en cascada al suelo, acompañados de sus hermanos dodecasílabos y demás. Iba cargado con las bolsas de la compra y no pude reaccionar con presteza, tiempo que aprovecharon las estrofas para saltar a esconderse debajo del hueco de la escalera. El índice intentó en vano llamarles al orden, pero desistió al ver al prólogo encaramarse al tablón de anuncios comunitario, con tantas ganas de protagonismo. En un momento, la entrada de mi portal bullía en poesía, había versos cuyo encabalgamiento abrupto formaba un ruido metálico, creando un eco que reproducía cacofónicamente las rimas en consonante, alarmando a la totalidad de vecinos del inmueble. Algunos se asomaron al rellano, la mayoría simplemente espiaron tras la protección de sus mirillas. La vecina del segundo que vivía sola le abrió la puerta a un soneto que la había cautivado. Los versos mas escurridizos eran, lógicamente, los versos libres, que se colaban por cualquier rendija, jugando a los pareados entre ellos. Recuperé los que pude, otros pocos siguieron dócilmente mis pasos hasta que entré en casa. Los dejaré en reposo, junto a las páginas en blanco, para que regresen a su lugar primigenio.
A partir de hoy será un sueño entrar aquí, y esperar a que los versos insurrectos nos ataquen a traición. Versos sueltos en el vestíbulo de entrada, dando los buenos días cada mañana.

domingo, 21 de enero de 2007

Sabotaje

Subí en un caballo y recorrí estepas heladas.
Conduje un automóvil aventurándome por las noches en solitarias carreteras.
Sobrevolé escarpadas cadenas montañosas en un avión bimotor.
Me balanceé sobre las olas en un barco que soñaba con convertirse en un abandonado pecio.
Invertí horas en desplazamientos infinitos a bordo de un desvencijado autocar.
Recorrí kilómetros férricos en un inmenso tren que parecía no tener locomotora.
Un tranvía de última generación escuchó mis argumentos mientras me enseñaba cómo se deslizaba sobre lo que parecía césped.
Bajé hasta lo que parecía el fondo de mi alma para coger el Metro que me llevaría a no sabía dónde.
Un viejo trolebús supo moverme eficazmente desde un allí hasta otro allá.
Ví como se rendía la montaña cuando el funicular en el que me había montado volvió, una vez más, a ganarle el pulso que le echaba cotidianamente.
Intenté llegar hasta ti caminando. Imposible.
Los desprendimientos en tus dominios habían bloqueado los accesos.
Quise echarle la culpa a alguna acción de sabotaje perpetrada por otros. Me recorrió un ligero escalofrío cuando pensé que podías estar involucrada en la colocación del explosivo.

jueves, 18 de enero de 2007

Amor en V.O.

En esto no voy a ser muy original, pero es mi versión.
Acceder al amor en fascículos no es fácil. Las entregas suelen ser quincenales, pero vienen cargadas de emoción. Normalmente, en la primera entrega te regalan las tapas. Se espera de ti que las bebidas corran de tu cuenta. Suscríbete, es más cómodo que te lo lleven a casa. El único inconveniente es que tengas una kiosquera que quite el hipo y te la estés perdiendo.
Desarrolla técnicas de camuflaje. Conviene un cierto distanciamiento, pero no tanto para que no piense que estás en su mirilla. Mantente firme, la mantendrás a ella firme. A ambas.
Intuye su epidermis, cartografíala . Cuando vivas la maravilla de comprobarlo, sabrás el sabor de los sueños. No todo el mundo llega a saborearlo.
Espera a que te atrape un tifón en el taxi cuando acabas de dejarla en casa. Déjate llevar por el mareo. El amor no tiene forma de corazón, es más bien el zigzag del esquiador en pleno slalom.
La noche del fin del mundo no tiene importancia si continúas atado a su mástil. Todas las noches son así en sus brazos.
Subtitula lo que sientes, que se entienda lo que dices. Deja de seguir hablando en lenguas ignotas.
El amor tiene una energía devastadora. Tú lo sabes y ocultas las pruebas.
Manipulador.
Manipúlala.

martes, 16 de enero de 2007

Fracasos in fraganti

Siempre quise explicarle en primera persona a aquella chica las características del Homo habilis, y llegado el caso, las del Homo erectus. Creo que nunca llegó a verme más que como a un Austrolopithecus. Trabajaba como paleoantropóloga, lo que le ocasionaba muchas dificultades, especialmente al rellenar determinadas casillas en los formularios.
Trabajé una época recortando el césped en las rotondas. Llegó el momento del ansiado ascenso y me ofrecieron hacerme cargo del césped de un equipo de Primera División. Nunca logré acostumbrarme a cambiar el giro que daba en las curvas.
Marlene era una chica a la defensiva frente a los demás. Yo tenía vocación frustada de delantero centro. Nunca tuvimos pelotas para jugar.
Atravesé un desierto caminado para buscar combustible para mi jeep averiado. Cuando conseguí volver, se había quedado sin aceite. Intenté hacerlo andar a la plancha, y su motor se puso a hervir. Aquello era un horno, y yo no pude mas con la brasa que me estaba dando aquel cacharro. Lo tienes crudo, gourmet, pensé para mis adentros.
Entendí el papel que jugaba en su vida cuando vi que habíamos quedado citados en la entrada del Toys'r'us. Según me confesó luego, solía hacerlo siempre en las primeras citas. Brillante inicio, pensé, toda una declaración de principios. Soy un juguete, como todos los que siempre vino a buscar aquí.
Tres tristes tigres me acompañaron como peluches mientras era niño. Dormían a los pies de mi cama. Cuando crecí logré que sólo fuera una. Tigresa, pero sin levantar el ánimo.
Me recuerdas los verbos que debería haber estudiado, las ocasiones que tiré por la borda. Ahora que no hay exámenes de septiembre, me pregunto si aún quedan ocasiones para mí. Yo me quedé para siempre en Primaria, recuerda.

domingo, 14 de enero de 2007

Playa Haraquiri

"Lo siento, sólo hablo esperanto", suelen espetar las chicas brillantes a los que se acercan hasta ellas en Playa Haraquiri, desconocedores de las reglas internas que gobiernan tan peculiar enclave. No molestar, no acudir si no somos llamados a compartir palabras. Muchos dudan de su existencia, pero yo puedo asegurar fehacientemente que no es así. Yo paso allí muchas horas.
Playa Haraquiri es un lugar donde se afilan las emociones. Los castillos de arena son obras de auténtico bricolage, y el sol no impone su presencia omnipotente. No es una playa al uso, llena de escaparates donde lucir nuestras opulencias visuales. Es un lugar íntimo y recogido, donde todos nos conocemos y no precisamos saludarnos a voz en grito. Un simple intercambio de miradas es mas que suficiente. En Playa Haraquiri todos somos conscientes de la intensidad de los pequeños gestos, de la importancia de pasar a limpio todas las caricias que soñamos dar. Las olas están aderezadas con paracetamol que alivia nuestros dolores.
Necesito tener a mano paraísos asequibles, lugares privados donde se dispense bonhomía sin receta. Seguro que tú también tienes el tuyo. No lo busques en la oficinas de turismo ni en los mapas. Cuando estés a punto de clavarte la espada, dale una oportunidad a Playa Haraquiri.
Allí es donde se descubre que no hay mayor placer que aprender a seducirse a sí mismo

jueves, 11 de enero de 2007

Geometría en verso libre

En los triángulos amorosos, no hay dos catetos y una hipotenusa. Suele haber dos listillos, al menos, y una hipoteca que no debe dejar de pagarse, la de cada uno de los listillos. De todos, el más peligroso es el equilátero, sobre todo si el marido de ella es campeón de los pesos pesados.
Los cuadrados son todos iguales, poco abiertos a la innovación. Los que vayan buscando la aventura, aquí han pinchado en hueso."¿Qué te parece, cariño, si aumentamos este lado que tengo aquí?. Buf, casi mejor lo dejamos. Cuatro veces es mucho"
El rectángulo ya abre el camino de la diversidad, pero es excesivamente cálido en ocasiones. Es de un narcisismo que roza lo enfermizo, si se pone a contarse sus ángulos se pone a trescientos sesenta grados. Demasiado pasional, creo yo.
El pentágono es el que cuenta con mayor prédica entre las modelos. Va por ahí diciendo que es el primo de la Penthouse y que, llegado el caso, podría allanarle el camino a aquellas que inician su carrera. A fin de cuentas, una carrera es una sucesión de puntos, y él se considera un puntazo.
Heptágonos, eneágonos y demás sufren de suerte dispar, no salen mucho en los problemas matemáticos y, ya se sabe, si no sales por ahí disminuyen tus posibilidades de que te vean y ser visto. Yo por lo menos nunca he visto un hexágono un sábado por la noche, cubata en mano, explicándole a una belleza circular y con un buen diámetro lo portentoso de sus diferentes ángulos.
Entre mis miles de sueños sin cumplir, el más impactante es aquel en el que he quedado para salir con una nueva figura, Rombo. Mis ojos se vuelven como platos cuando, al llegar al lugar de la cita, me presenta pícaramente a su melliza que nos acompañará esa noche. Dos rombos, madre mía, el sueño de cualquier niño de los setenta.
Salir con un trapecio es divertidísmo, imposible aburrirse con él. Ojo, no confundir con su hermano torpón y sin gracia, el trapezoide. Si invitas a bailar a un círculo, nunca olvides lo importante que es para él bailar al compás.
Esto es sólo para las figuras en el plano. Imagínense cuando les hable de las figuras en el espacio, con sus tres dimensiones.

martes, 9 de enero de 2007

Prófugo con planes

Tú vives dentro de un Plan de Jubilación, y yo tengo un plan de pensiones, sueño con recorrerlas todas y pasar noches eternas contigo en cada una de ellas. Te propuse aprobar por unanimidad un Plan urbanístico en nuestros dominios, pero te pasaste la legislatura consultando informes que avalaran tu intención de fabricar diques de contención en nuestras avenidas. Aún en días como éstos, sueño con enviarte un Plan Marshall para reflotar las bases que todavía mantengo en tu territorio. Y si todo esto falla, quizá me encuentre con los ánimos suficientes para diseñar un plan B. Tengo planes, como puedes ver. Soy el único prófugo que espera volver algún día a donde escapó.
Algunas personas reciben el sms en la pantalla de su cabeza, pero no encuentran nunca la tecla que les permite abrirlo. Me ofrezco como tu línea directa, tu servicio técnico. Cuenta con que puedo hacerlo todo, salvo interpretar lo que lees. Eso corre de tu cuenta. Podemos amortiguar nuestros altibajos, pero no se pueden tapar los agujeros negros. Todo esto ya lo sabes, tu contestador teléfonico lo tiene bien anotado. Es el único que me habla últimamente, y no sabes cuanto agradezco escuchar una voz cálida.
Soy el único tipo que ha escrito un brillante prólogo a un libro inexistente. Estoy en números rojos en el saldo que tengo en tu cuenta, que nunca fue nada corriente. Conté hasta diez, bien sabes que no quiero llegar hasta veinte. Ojalá nos pusieran juntos en cuarentena.
Quebranté mi condicional. Simplemente obedecí a mi propio imperativo, que siempre me pareció mas indicativo que un futuro imperfecto. Pluscuamperfecto que es uno.

domingo, 7 de enero de 2007

Tres días como tres conjugaciones

Sucedió como suelen ocurrir los hechos improbables, sin avisar su inicio ni proclamar su final. Aún hoy no he encontrado etiquetas para catalogarlo. Fue una historia sin código de barras.
Primer día. Acercar rostros. Husmear almas. Amarrar complicidades. Guiñar los corazones. Arrimar el hombro. Dosificar los pálpitos que nos cercan. Palpitar con las dosis de endorfinas que nos donábamos. Acumular manos que tocan. Potabilizar el líquido que bebíamos del otro. Posibilitar tuberías que lo llevaran. Fosilizar abrazos en granito. Rumiar necesidades comunes. Embotellar caricias al vacío para luego abrirlas en soledad. Reformar las habitaciones interiores que nos darían acogida. Transitar por las veredas que nos envolvían.
Segundo día. Retener su imagen al despeñarse en mi interior. Correr sobre su cuerpo una olímpica maratón. Pertenecer a la cofradía de los que alfombran su calle de flores. Perder el tiempo ganándolo en su espacio a una velocidad constante. Volver una y otra vez al laberinto de nuestros cuerpos. Tender la ropa que antes nos habíamos arrugado. Recomponer las piezas de bricolage con la que habíamos sustituido la piel. Merecer la absolución cada vez que actuábamos con poco decoro, siempre era en legítima defensa. Reconocer ritos iniciáticos ya olvidados cada vez que nos mirábamos.
Tercer día. Imprimir cada palabra que salía de sus labios. Dirigir una orquesta cuando estaba entre mis brazos. Transmitir teletipos cada vez que nos veíamos. Partir en un crucero al meternos en la bañera. Incidir en la correcta práctica del canibalismo. Expedir billetes de avión que nos obligaban a pasar por el espacio aéreo del otro. Coincidir en los rincones de la casa que se prestaban más facilmente al refugio.
Los puentes que tendimos entre ambos estaban sobre pilares de plastilina. Lo sabíamos de antemano, pero, aún así, no sé todavía a ciencia cierta si aquello fue cuestión de tres días, tres meses o tres años.
Creo que llegamos a fracturar las leyes de la física.

viernes, 5 de enero de 2007

Furtivos en cámara lenta

Míralos ahora, la imagen se ha ralentizado para que mejor podamos apreciar su modus operandi.
Nunca firmarán manifiestos, jamás acudirán a convocatorias generalizadas. Han hecho de la huida hacia ninguna parte su única bandera. No los confundas con los vendidos del "sálvese-quien-pueda", tampoco pretenden salvar a nadie a estas alturas. La única atalaya a la que se asoman es la de sus palabras; su más preciada arma, todo lo que se callan. Atesoran frases efervescentes que estallan como comprimidos de Alka-Seltzer al paladearlas.
Presos de una nostalgia que posiblemente les invitó a escapar, se beben la melancolía combinada con alcoholes. Sueñan con mujeres que huelen a technicolor y que estornudan en francés. Estudiarían Derecho, vulnerando sus principios, por si en algún momento debieran practicar algún habeas corpus a tan sublimes detenidas.
Tómales el pulso, lleva el rumor de las corrientes subterráneas de agua. Toda la filosofía que conocen la aprendieron en antiguos libros de botánica. Entienden la vida como una infinita sucesión de puntos suspensivos, donde todo queda dicho sin precisarlo en exceso.
Se alimentan de gente como tú y de tus miradas. Quizá no hayas aprendido a distinguirlos entre los demás, tal vez pienses que son simplemente tipos raros. Intérnate alguna vez en los pasillos que tienen, si ves luz al fondo habrás dado con uno de ellos.
Cuídate bien de los furtivos. Han aprendido a poner cepos como nadie.
Es el autógrafo que suelen dejar en sus amables dedicatorias.

martes, 2 de enero de 2007

Treasure Island (Cassell & Company, 1886)

No es nada nuevo mi devoción por los libros, por tenerlos y por leerlos. Me considero lector antes que bibliófilo, y atesoro largas horas que pasé devorándome las pestañas asociadas a momentos de infinito placer. Creo que lo que más me gusta de leer es que cada libro en sí es una historia absolutamente desgajada de los demás, y, para mí, adquirirá para siempre una etiqueta que lo identifique a un momento determinado, al lugar donde lo compré, a la persona que me llevó a leerlo, al impulso irracional con el que lo adquirí. Hay libros que significaron mucho en un momento y que ahora miro con más distancia; otros, sin embargo, adquieron mas relevancia en mi vida cuando volví a darles otra oportunidad.
Pero hay instantes absolutamente mágicos asociados a los libros, imperiosamente eléctricos. En nochevieja, alguien a quien mucho quiero me trajo desde Londres una tercera edición de La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson. Está publicada un par de años mas tarde que la primera, y, por supuesto en la misma editorial, Cassell & Company. Y uno tiene el libro de tapas rojas en las manos, con ciento veintiún años en sus lomos, y no puede dejar de imaginar que vueltas habrá dado para terminar en mi biblioteca particular, en el sur de una isla bien diferente a la que soñó el escritor inglés.
Ahora ando con Lo real, de la madrileña Belén Gopegui, y nado entre sus páginas, dando brazadas una página tras otra. Aún sin terminar, me atrapa el relato de un hombre que decide inventarse una realidad, creerse y crearse un otro. Tentativa, por otro lado, más que interesante y nada desechable. Conseguí también, al fin, una antología poética de Kenneth Rexroth, Actos sacramentales. Determinados libros son tan deseados como complicados de conseguir. Me recuerdan a alguna ex-novia.
Todos hablan estos días de deseos para este año que acabamos de desempaquetar. A mí me gustaría entrar un día en el cajero automático y descubrir que tengo una transferencia desde tu banco y que no la pueden convertir en dinero, que por favor me pase por el Departamento de Antologías Poéticas a ver si pueden convertirlo en algo líquido. Yo ya tengo en mente un par de fluidos para aportar soluciones. O tal vez esperar que algunos entren en mí y roben algunas frases con la misma fruición con que un adolescente hurta en unos grandes almacenes. Quizá simplemente presente mi currículum con la intención de que me den el finiquito antes incluso de firmar el contrato.
Desterrar lo que detesto y lo que defiendo por débito, denostarlo.
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