viernes, 30 de marzo de 2007

Memoria de los lápices gastados

Avanzaban los días en el calendario y yo soñaba con seguir gastando lápices.
Una maleta cargada de libros, por supuesto. Libros insospechados, algunos aguardados desde hace tiempo. El recuerdo del tacto de la nieve, olvidado casi desde mi última vez, cuando tenía trece años. Habitaciones de hotel, nunca iguales a otras compartidas. Palabras escritas a hurtadillas, después de mascullarlas durante interminables horas en interminables viajes de autocar. Sentir el placer de contarle a alguien por qué el cuento La salud de los enfermos de Julio Cortázar me parecía un auténtico manual de orfebrería, y que ese alguien me escuchara. Alegrarme infinitamente con que Astarté ronde por según que sitios. Saber que en breve Roberto Bolaño volverá a sorprenderme con otro de sus artefactos literarios. Montarme en las sillas de un carrusel que giraba y saber que en ese momento era feliz y no necesitaba más. Seguir sin entender que significan palabras como dinamizar.
Volver de todo eso y recibir un abrazo como el que me dió mi hija. Todo un viaje para recibir esa condecoración.
Soy un tipo con una suerte envidiable, sabedlo. La acosada mina de mi lápiz da cuenta de ello.

miércoles, 21 de marzo de 2007

Collage y atrezzo

Y a uno a veces le apetece preguntarse qué lleva dentro y de qué está hecho. Yo ya sé que dentro llevo un collage hecho de trozos que he ido cogiendo aquí y allá y que, cuando algo me falta, llamo y me traen una pieza de atrezzo para completar la escena. En ocasiones creo que debería llevar mis sentimientos a alguna refinería, encaminarlos por medio de un oleoducto y separar las impurezas. Obviamente, con el único objetivo de quedarme con estas últimas, que duda cabe. Lo contrario sería ahorrar para comprarle pulseras a la Venus de Milo. Toda esta amalgama de sentires y padeceres que agrupamos bajo el pomposo nombre de vida carece de botón de reinicio. No nos han dejado el teléfono de Averías en ninguna parte para llamar en caso de urgencia.
Entre esas codiciadas piezas que me construyen un mosaico por dentro, me cautivaron los cuentos que leí de Saki, un autor a caballo entre el siglo XIX y XX. Breves, llenos de una música interior que los hace especialmente apetecibles, les recorre un hilo de ironía, de sorpresa ante lo inesperado. Magnífica revista de crítica literaria resultó ser REC, donde encontré un magnífico estudio de Los detectives salvajes y sus paralelismos con La vida instrucciones de uso, de Georges Perec. Por otra parte, recibí un cofre del tesoro estos días que contenía un par de libros de Javier Marías dedicados por su autor. Me falta ponerme guantes y smoking para sentarme a leerlos, lo juro.
Y quien me lo iba a decir a mí, que a finales de este mes de marzo iba a encontrar camuflados unos días de verano. Pese a que es un viaje de trabajo, soy incapaz de no mirar detrás de esa sombra chinesca. Barcelona, Salou y Espot aguardan. La librería La Central, tan llena de Bolaño y Fresán, punto de encuentro obligatorio. Chincha y rabia, que tú no vas.
Me subo en la escalerilla del avión, casi, y constato que no es de atrezzo. Una aportacìón más al collage, pues.

sábado, 17 de marzo de 2007

Mil mails

Mañana hará dos años que llevo la tristeza doblada y planchada en el bolsillo de mi camisa.
Desde aquel día, he intentado mandarte mil mails donde contarte como todavía no puedo enfrentarme del todo a tus últimos días. En cada uno de ellos debería escribirte como aún todos seguimos llevando el alma llena de remiendos, con un zurcido que se ve por todas partes, pero que exhibimos con orgullo, como una condecoración obtenida con sangre en el frente de batalla. Seguimos buscando en el fondo de la botella que dejaste en nuestras costas, exprimiéndola hasta ver si descubrimos el truco de tu hechizo.
Tu hijo sigue siendo el espejo mágico en el que sigues reflejándote. Él aún no lo sabe, es el único que no conoce el secreto. Practicamos esgrima con las palabras en ocasiones y, como bien sospechaba, no es fácil pillarle con la guardia baja. Te gana en desparpajo, pero tuvo buen maestro en ti.
Doy por buenos los días empleados en llorar. Mis lágrimas nunca tuvieron una mejor razón para cumplir su oficio.
Hay razones para la locura que lleva aparejada el dolor, siempre y cuando la cordura nos lo permita.
Ahora ya sólo me quedan novecientos noventa y nueve por escribir. Entretanto, nos seguimos viendo en los sueños, que es donde podemos hablarnos de igual a igual.
Te echo de menos, Berna.

martes, 13 de marzo de 2007

Ubi sunt?

Recuerden el alma dormida en aquellas interminables clases de latín, aviven el seso y despierten...
¿Dónde fueron tus interminables piernas, eje perfecto de abscisas y ordenadas donde situar infinitos puntos en tardes incisivas?
¿Qué fue de aquellas intermitentes tardes en que aprendimos todo lo que no nunca íbamos a ser, donde sufragamos motines contra capitanes aún inexistentes?
¿Qué se hizo del corazón que traíamos en un ovillo cuando aprendimos a desmadejarlo y lo extendimos en telares?
¿Qué se hicieron de las pompas de jabón que llenamos con molinos de agua dentro?
¿Acaso te volviste a cruzar por la acera con el chico que yo era, con ficticios versos colgados en la chupa como pins y que nunca terminé en endecasílabos?
¿Dónde demonios anda aquel libro que prometí no devolverte, y que te juré estaba dedicado de puño y letra a nosotros por el mismísimo Petrarca?
¿Hasta dónde tengo que seguir leyendo este guión radiofónico y seguir impostando un papel que no me corresponde?
¿Vas a contarme de una puñetera vez dónde están tus llaves, chicamatarile?

viernes, 9 de marzo de 2007

Mis palabras tienen cremallera

Ábrelas. En su momento se las puse para eso. Míralas por dentro. Comprobarás que tienen aristas, pero no pinchan. No llevan dentro ningún bate de béisbol, ningún stick de hockey. Han pasado todas las inspecciones sanitarias de rigor.
Mis palabras llevan en su interior una máquina de esas que se utilizan para pintar las carreteras. Están acostumbradas a trazar líneas discontínuas que permiten el adelantamiento. Pon el intermitente y hazlo.
Mis palabras llevan dentro puntos de sutura. Pueden cumplir eficazmente misiones de templanza. No te confundas, no tienen formación universitaria de enfermería, simplemente hicieron un curso de primeros auxilios. En ocasiones, alguien las ha llevado en el fondo de su botiquín.
Mis palabras tienen dentro un helipuerto, con una equis pintada bien visible desde arriba para que puedas aterrizar dentro de ellas.
Mis palabras tienen vocación mal disimulada de forajidas, aunque lleven estrella de sheriff.
Les he puesto un cuentakilómetros para que midan las distancias. Si son elevadas, no las culpabilices, son sólo la aguja que oscila en un semicírculo graduado. Actúan sólo como fedatarias.
Sólo quise que fueran las luces de la pista de aterrizaje, recuerda que detrás de ellas está la Torre de Control. Hoy, más descontralada que nunca.

lunes, 5 de marzo de 2007

Pilas no incluídas

Sentía que la vida era lo mismo que abrir un paquete, descubrir un juguete eléctrico y ver que las pilas no estaban incluídas. Ese hecho aparentemente banal siempre lo había indispuesto, cómo podían gastarse tanta pasta en hacer un robot y luego no rematar la faena. Vaya fastidio.
Su mente vagaba siempre embarcada en antiguos buques cargueros camino del desguace. Descubrió la historia del maravilloso American Star, buque que había quedado encallado frente a la Playa de Garcey, en Fuerteventura, y supo que era una metáfora de su vida. Ya no era supuestamente nada, o quizá sí, ahora era cuando había encontrado sentido, precisamente en el momento en que no cumplía su función. Sentado en la arena, con la inmensidad de la herrumbrosa mole frente a sus ojos, se convenció de que era el momento de atrapar al condenado conejo que pasaba siempre a su lado, apremiándole reloj en mano, y meterlo en la cazuela de una vez por todas. Esta vez no iba a llegar tarde.
Los barcos que no surcan mas mares que los sueños precisan una tripulación acorde. El primero en aparecer fue el que tenía vocación de espantapájaros y brindaba contínuamente con copas de vino llenas hasta arriba de Viña Sex Pistols. La niña que jugaba al hula hoop como terapia de choque no tuvo problema en encontrar acomodo rápidamente, casi al mismo tiempo que el que soñaba con ser una pincelada borrosa en un cuadro de Manet. Decenas de ex-afligidos, adeptos a regímenes no existentes y ministros de barra de bar optaron a formar parte de tan notable expedición, no siempre con el grado de éxito apetecido. A última hora se dió de baja el Rey de los Fracasados, no estaba por echar por la borda un currículum de años.
Yo soy de los que se quedó en tierra viendo como el óxido se adueñaba del casco, pero al mismo tiempo, paradójicamente, hacía más sólidos los espíritus de algunos afortunados irreductibles.
Veo que tú también. Si te apetece, buscamos otra nave que esté supuestamente en ruinas. Eso sí, recuerda que yo no llevo pilas incluídas.

jueves, 1 de marzo de 2007

Atrás, mucho mas atrás

Miro en el retrovisor y no, de nuevo no estás. No sé por qué sigo conduciendo por calles que nunca caminamos juntos y cediendo el paso a todos los peatones del mundo con la intención de que tú vuelvas a cruzar por el maldito paso de peatones. Se me olvidó que tú no caminabas, se me olvidó que eras un ángel. A veces te veo, y no te das cuenta. La mitad de las veces, ni siquiera eso. Sigues estando en el envés de todas las conversaciones, sigues siendo el terrible ojo del huracán que hay en el fondo de cada una de mis resacas, allá en el fondo, donde más duele.
Acelero con un elevado grado de bastardía, acumulando errores que tuvimos. Cambio las marchas y pienso en no pisar el embrague, tal como solías hacer con tus decisiones conmigo. Poco a poco me fuiste colocando en el asiento de atrás, más tarde en el maletero y, al final, en el remolque donde los cazadores llevan sus perros. Acechas detrás de cada uno de los libros que leo, en cada uno de los versos que me destrozan por dentro al sentir que fueron escritos solo para mí.
Hablo más de ti cuando no te nombro. Este rumor tibio que me sale por la boca cuando hablo simplemente esconde una banda sonora que yo sigo componiendo ahí adentro. A veces se me escapan notas y las esparzo por aquí, o en palabras que derramo con agrado en otros oídos, como una vendedora china que va ofreciendo flores por los bares a los enamorados ebrios a cambio de unas monedas.
Avísame si ves que al salir del túnel aún sigo con las luces puestas. Soy un despistado, mi intención no era deslumbrarte.
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