Memoria de los lápices gastados
Avanzaban los días en el calendario y yo soñaba con seguir gastando lápices.
Una maleta cargada de libros, por supuesto. Libros insospechados, algunos aguardados desde hace tiempo. El recuerdo del tacto de la nieve, olvidado casi desde mi última vez, cuando tenía trece años. Habitaciones de hotel, nunca iguales a otras compartidas. Palabras escritas a hurtadillas, después de mascullarlas durante interminables horas en interminables viajes de autocar. Sentir el placer de contarle a alguien por qué el cuento La salud de los enfermos de Julio Cortázar me parecía un auténtico manual de orfebrería, y que ese alguien me escuchara. Alegrarme infinitamente con que Astarté ronde por según que sitios. Saber que en breve Roberto Bolaño volverá a sorprenderme con otro de sus artefactos literarios. Montarme en las sillas de un carrusel que giraba y saber que en ese momento era feliz y no necesitaba más. Seguir sin entender que significan palabras como dinamizar.
Volver de todo eso y recibir un abrazo como el que me dió mi hija. Todo un viaje para recibir esa condecoración.
Soy un tipo con una suerte envidiable, sabedlo. La acosada mina de mi lápiz da cuenta de ello.