Uno que sueña
El uno sueña con el dos en las noches infinitas, sobre el ocho acostado. El tres ha sido siempre su enemigo, sabe que trae aparejada la discordia. No hace falta ser un matemático avezado para imaginar que dígito es el preferido en sus sueños lúbricos, aunque secretamente ande enamorado del quince, su niña bonita. Su secreto mejor guardado, la desazón que le produce su falta de potencia. Le elevan a lo que lo eleven, se quedará siempre con la misma base. Lo ha probado todo: el cuadrado, el cubo, pero no hay nada que hacer.
Somos números y, aún así, soñamos. La profecía orwelliana se cumplió a medias. Yo sueño con ser el Almirante Arrorró y apaciguar noches de tormenta febril y desatada. Sueños que sean como pisapapeles en una mesa de despacho azotada por un vendaval, sueños que sean como tipos fuera de la ley que, nocturnamente, rompen precintos gubernativos que impiden acceder al césped. Sueños como auroras boreales para dementes que nunca sabrán interpretarlas, sueños como laberintos que no lleven a ninguna parte, para desesperación del doctor Freud.
En una ocasión soñé que rogaba a Dios con volver a leer un libro de Roberto Bolaño que no hubiese leído antes. Eso ha ocurrido al final. El secreto del mal volvió a tener el sabor de noches con historias inverosímiles dando vueltas alrededor de mi cabeza. Y aún queda pendiente La universidad desconocida, un compendio de su poesía anterior a la que ya conocía. Después de ésto, ¿cómo no voy a creer en los sueños?
(Un arrorró es una nana que se les canta a los niños en Canarias)