domingo, 30 de septiembre de 2007

Mi niña no me come

Y eso sí que es un problema, pardiez.
Distribuyo estratégicamente terrones de azúcar por las esquinas de su apetito.
Adopto la personalidad de un asaltabancos y, pasamontañas en ristre, la sorprendo en una esquina oscura y aviesa, y ni por esas.
En algún lugar de su nombre, de cuyo tacto no puedo olvidarme, he dispuesto una caja de aquel vino dulce que nos daban cuando niños, Kina San Clemente. Remedio infalible contra la inapetencia, decían los mayores. Tampoco cuela.
Pienso en ella cuando leo De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall, de Blanca Andreu, un poemario que, aunque sólo fuera por su título, ya merecería ser leído. Dudo entre leérselo en la mesa como anticipo de postres extravagantes o regalarle un Chagall. Rien de rien.
Palabras, simples adobos de lo que se parapeta detrás de ellas. Palabras como cebos, como reclamos en forma de silbato de cazador de patos escondido entre cañas. Palabras aperitivo en la barra de un bar donostiarra, impactantes, generadoras de jugos gástricos por anticipado.
Ojalá me comiera a bocados. Terminaré aliñándome.

domingo, 23 de septiembre de 2007

Ventaja de saberme rebenque

Yo vivía dentro del último cubito de hielo del último cubata que tomabas en las noches de abandono. Me quedaba allí acurrucado, esperando a no derretirme nunca y así estar más tiempo a tu lado. No me alimentaba sino de torpes añagazas que a la postre me provocaban unas intensas y dolorosísimas agujetas cerquita del corazón, ahí donde justo no puede aplicarse ningún bálsamo. Era tozudo en mi empeño, un francotirador frente a cualquier atisbo de esperanza lógica. Un rebenque, como decía mi abuela que siempre llevaba un pañuelo negro atado a la cabeza. Yo quería que tu guardarropa sufriera un breve espasmo al verme pasar por delante suyo, un vaivén apenas levemente perceptible al saber que yo estaba allí, que iba a hacerlo trabajar, que ibas a pasar horas haciéndole cosquillas para encontrar piezas de ropa que iban a durar poco tiempo puestas. Sentirme ligeramente odiado por tu armario, vaya delicia. Cariño, yo era las cortezas del pan de molde con el que te merendabas todas las tardes y que desechabas antes de envolver lo que me rodeaba en papel de plata. Deseaba envolverte en papel de oro, pero tú te empeñabas en que no querías pan con corteza. Yo tampoco era lo que se dice precisamente un hombre frío pero me convertía en cubitos de hielo por ti.

lunes, 17 de septiembre de 2007

Táchese lo que no proceda

Deslizándome hábilmente por tu espalda, después de protagonizar un amago de revuelta con un éxito más que discutible, decidí rendir mis armas. Me la armaste.
Las palabras que te digo son solo pruebas de imprenta. Espera a tener el ejemplar definitivo de mis besos en tus manos. Posiblemente agotarás la primera edición.
El manual de instrucciones con el que venías acompañada no decía nada de que tus palabras eran hipodérmicas, pero al final se han quedado a vivir debajo de mi piel para siempre.
Eres la única mujer capaz de instalar un ático en un sótano. "Si así no lo hiciera, no podría tener flores", argumentas.
Dar tumbos entre frases que me golpean en un ring empieza a ser un estúpido pasatiempo. Tal vez casi tanto como pensar que las palabras a veces son hurones que soltamos en la entrada de las madrigueras, esperando que hagan huir al conejo.
Hoy puedes elegir lo que no quieras que te cuente.
Procede.
Tacha.
O táchame.


sábado, 8 de septiembre de 2007

Seré arborescente por ti

Concédeme licencia para crecer, abona mi entorno y poda lo que impida seguir creciendo. Olvídate del riego, me nutriré de las humedades.
Tejeré besos como sábanas y abrazos como cajas de caudales.
Haré de ti el centro de todo, de forma que nunca más volverá a poblarte ninguna periferia.
La emisora de radio sólo emitirá canciones rugosas y con estrías.
Mademoiselle Routine nos girará visitas de cortesía que aceptaremos sin rechistar. Conviene no llevarse mal con la augusta dama, bien lo sabes.
Haré de los inviernos otoños de hojas caídas, y aunque sea verano siempre habrá tardes de permanente primavera.
Construye una casa de madera en mi copa como siempre soñaste, trepa por escalerillas hasta donde no dejarás subir a nadie más.
No habrá nunca incendios forestales que nos preocupen. Me haré de metal frío cuando divise humo en lontananza.
Que buena estás, joder.

domingo, 2 de septiembre de 2007

O verão ele fim

El bello verano del que nos habló Pavese aún quiso alargarse generosamente hasta septiembre, regalándonos horas que deberíamos impregnar concienzudamente de arena. Masas musculosas de gimnasio acompañadas de sus cuchicuchis, espantapájaros sin sembrados por los que esforzarse e ideólogos articulando tesis ápodas y decapitadas formaron parte del último baño ritual de mi estío.
Cuenta Javier Marías la existencia de una máquina que llamaba ruido blanco, la cual emitía un sonido no perceptible de manera consciente pero que inducía un sueño profundo. Hacer uso de ella impedía luego dormir sin su ayuda. Recordé lo que leí una vez de Hungría, donde había un teléfono al que se llamaba para escuchar un do ininterrumpido, supongo por si alguna vez ibas caminando por la calle con un piano y de pronto necesitabas afinarlo. Te metías en la cabina, llamabas y asunto concluído. En mi cabeza suena el fragor del verano, contínuamente, como el ruido blanco, como el do telefónico e infinito.
Me siento cada vez más el miembro más respetable del clan de los excéntricos. Mientras todo el mundo abre su portátil, su ipod o el trasto que lleven encima, yo procedo a abrir mi cuaderno de tapas negras. Me consta que más de un botarate ha husmeado por encima de mis hombros, intentando desentrañar que sistema operativo hace funcionar a tan extraño aparatejo.
Mañana empieza otro año, aunque esta noche no haya uvas de la suerte y serpentinas. Ojalá los deseos cubran como una fina capa de hollín todas las estancias que habitamos. Nadie osaría limpiar el polvo.
Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.