sábado, 24 de junio de 2006

Exilios de uno mismo

Me resultaría imposible anotar cuántas veces he deseado dar una vuelta por ahí y olvidarme de mi mismo, dejarme en casa. Algo así como un viaje astral de esos que preconizan los gurús del nuevo milenio, o nueva era , o como demonios se llamen, pero alejándolos de toda esa parafernalia del autoconocimiento. Me gustaría hacerlo simplemente con la sana y noble intención de pasarlo bien, de mirarme con un cierto grado de distancia. Sería espectacular el colarse en el vestuario de la Convención Anual de Animadoras de Baloncesto de Baltimore, asistir a reuniones de enemigos donde se traten monográfica y extensamente tesis sobre nuestra persona, ver de manera absolutamente gratuita todo aquello que se me antojara, entrar en la vedada intimidad de todos aquellos que siempre nos han llamado la atención...Aunque creo que lo mejor de lo mejor sería tener la capacidad de verme desde fuera, tener el privilegio de ver la imagen que proyectamos al exterior contrastada con todo lo que nosotros sabemos acerca de nosotros mismos, y que no estamos dispuestos a compartir con nadie, vivir ese contraste tan radical. ¿Qué imagen proyectamos de nosotros mismos?¿En que porcentaje esa imagen coincide con la que nosotros, consciente o inconscientemente, queremos propulsar al exterior?No me creo, nunca he creído la zarandaja esa de que "a mi no me importa lo que los demás piensen de mí". Después de los tests de inteligencia y su aplicación práctica en los métodos de selección de personal, esa es la mayor mentira que hay en todo Occidente. Puede que puntualmente no te importen determinados comentarios de determinadas personas, puede que te importe tres docenas de rábanos la opinión de todo el mundo en un momento puntual (sobre todo si te has metido en el cuerpo una botella de ginebra y estás con la bragueta abierta y vas bailando la conga con otro indocumentado como tú por la calle peatonal mas importante de tu ciudad), pero eso no se sostiene todo el tiempo. Claro que, en mayor o menor medida, eso nos importa.
Ese sería el mayor placer. Descubrir como me caigo a mi mismo si me encontrara por la calle y fuésemos presentados. Y por un amigo común, para rizar el rizo.
Estos días, se ha venido a mi biblioteca a acompañarme W.H. Auden, con su Canción de cuna y otros poemas. Como en tantas otras ocasiones, parece que en lugar de leer me doy friegas de árnica sobre articulaciones doloridas. Debería valorarse concienzudamente eso de que algunos médicos recetasen poesía para ciertos dolores. No los aliviarían, pero ayudarían sobradamente a atemperarlos.

1 Comments:

Blogger Pilar M Clares said...

Y cómo es verdad esto.

16 noviembre, 2007 18:39  

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