De rencores y otros sentimientos adversos
Al contrario del pensamiento común y único que parece cada día apolillarnos más y más, me manifiesto claramente a favor de un reconocimiento público y social del odio, del más absoluto desprecio. De entrada, reconozco como más positivo sentirse inundado de amor, de aprecios, de querencias y sentires que rezumen bonhomía; más, cuando estos fallan, amigo mío, nada mejor que sumergirse en el lodazal del aborrecimiento, de la repugnancia. En pocas ocasiones me he sentido mejor que cuando la vida se justifica poniéndome a tiro el culpable a mis ojos de algún mal soportado. Sé que esto suena impopular, que debería estar reñido con un espíritu abierto y sensible, pero no puedo/no quiero evitarlo. Cuando hemos llegado al límite de aguante, cuando hemos cruzado líneas que nunca nos hubieran resultado susceptibles de ser vulneradas, creo justificada la explosión de ira. El único límite para mí es la agresión física, intolerable. Y, por supuesto, calibrar de antemano con quien se va a llevar a cabo el rebote de aúpa. Cuidado cuando entran en conflicto pasiones y rencores. Pero, por lo demás, me parece absolutamente necesario que de una vez por todas arrinconemos esa visión del conflicto dialéctico como algo desterrable.
Entre otras cosas, hoy he visto como en un juicio a unos seres chulescos, dignos representantes de la palabrería con más tintes tabernarios y trasnochados que conozco, han sido increpados por la hermana de su víctima. Me ha encantado, y lo digo con la boca llena, como les ha gritado en su cara. Creo que la única satisfacción que habrá tenido en todos estos años con respecto a la suerte de su hermano se le ha brindado hoy la justicia, aunque hayan terminado expulsados de la sala. El juicio para mí ha terminado. Cada uno ha tomado la posición en el campo que ha considerado conveniente y el resto de nosotros, como sociedad civil, hemos tomado nota. Enhorabuena, Mª del Mar.
De aquí, por favor, que no se infieran conclusiones aplicables a otros procesos políticos. Simplemente quería decir algo con respecto al final de algo que ocurrió hace años y que conmovió a este país de arriba a abajo.
Sigo con los Diarios de John Cheever, que me parecen de una altura destacable. Tengo la sensación de estar leyéndolos no con los ojos, sino como si pusiera un fonendoscopio en el alma del escritor norteamericano. En el fondo, todos tenemos un arsenal en nuestro interior, una santabárbara que puede explotar en cualquier momento. Este libro es muy ilustrativo de como la vida de cada uno puede ser muy diferente dependiendo si miramos de la piel del individuo hacia adentro o hacia afuera.
Cuando termino de redactar estas palabras, la zozobra suele venir a acampar en mi alma. Busco algún retén forestal que me haga encontrar la vereda de los actos innecesarios, pero radicalmente imprescindibles, regados de majestuosidad. Algo apto sólo para iniciados.
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