jueves, 15 de junio de 2006

Objeción de conciencia

Pocas cosas en mi vida han tenido un nombre tan hermoso como ese, al tiempo que tan presuntuoso. En honor a la verdad, he de reconocer que a mí me gusta la sencillez mezclada con cierta dosis de ampulosidad, sobre todo en lo referido a las palabras, a la expresión de emociones. Eso suena tan absurdo como decir que me gusta la castidad y la lujuria, el dormir y el desvelarse, el Barcelona y el Madrid, Pepsi Cola y Coca Cola, Ying y Yang, Eros y Tánatos. Pues aunque suene absurdo, así es (bueno lo del fútbol no, pero no iba a fastidiar una enumeracón así como así). Soy tan humano como la contradicción, que diría San Agustín de Hipona. O no, le enmendaría yo la plana al venerable padre.
A lo que iba, que se me va el santo al cielo (claro, se mete San Agustín por medio y ya la hemos liado). Decidí hacerme objetor por la misma razón que nos hicimos todos los de mi quinta, es decir, hacer mutis por el foro cuando nos llamaran a vestirnos de caqui y a ponernos en fila a ensayar el paso de la oca. A algunos ya nos venía un poco largo el meternos ahí, lo habíamos ido postergando a base de prórrogas infinitas y pensábamos que se iban a olvidar de nosotros. Leches que se olvidaron. Cuando me tocó currar de gratis, estilo panoli, me supo tan bien como meterse un vodka en ayunas una mañana de resaca. Aún así, aguanté el tirón, he de reconocer que en la noble institución donde cumplí este servicio se portaron de maravilla conmigo, haciendo la vista gorda en multitud de ocasiones. Como agradecimiento, no diré el nombre de tan noble lugar, alejando así de ellos el temor de que mi persona se pueda ver asociada a su noble proceder...
Pero lo mejor de todo fue tener un carné donde apareciera mi nombre y apellidos, mi cara, y se me reconociera oficialmente como objetor. Hombre, puestos a pedir, me hubiera gustado más tener el carné de "objeto", acompañado del adjetivo "sexual", y con destino en la Colonia Veraniega de Adolescentes Noruegas Casquivanas, pero no puedo ser. Ser objetor se convirtió, para mí, en algo muy importante. Objetaba algo oficialmente, algo había por ahí que no me gustaba, y en cierta forma (muy cómoda, eso sí), quedaba constancia oficial de ello. Además, me hacía mucha gracia aquello de que nos llamasen objetores "de conveniencia". Pues claro que sí, pardillos. Te ofrecían ir a la mili o no, y vosotros decías que sí. Hay que ser pringaos.
Hoy por hoy me gusta sentir que sigo siendo bastante objetor a ciertas formas, usos y costumbres. Hay miles de procederes que desprecio, actuaciones que me parecen abominables, opiniones que son execrables bajo mi punto de vista, y que voy a seguir diciendo todo lo alto que pueda para, por lo menos, no quedarme con la sensación de haber sido corresponsable con mi silencio cómplice. No puedo tener la boca callada, el pico cerrado, siempre fui el prototipo de alumno que levantaba la mano en clase, el imbécil que cuando todo el mundo está deseando largarse empieza a hablar en voz alta y vuelve a levantar la liebre.
Por quedarnos mudos perdemos lo que mas nos importa, perdemos el amor de aquellos que nos lo regalaron sin pedir nada a cambio, perdemos complicidades que han contribuído a hacer de nuestros días algo mas que la sucesión monótona de horas entre que nos levantamos y nos vamos a dormir. Seamos arquitectos de sueños, objete nuestra conciencia la gris realidad y vayamos en pos de utopías inalcanzables. Entenderemos entonces por que Kavafis nos decía que Ítaca nos había regalado un viaje, no un destino. Embarquémonos juntos, yo llevo comida para la travesía.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

No tenía idea de que existiera un carnet de objetor, jaja.
Hay algo más poético que perseguir ideales y sueños a veces inalcanzables?
Creo que remamos en la misma barca.
Espero que vayan embarcando otros y no haga agua.

25 noviembre, 2006 19:44  

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